Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) estrenó “La Flauta Mágica” en el Theater an der Wien de Viena el 30 de septiembre de 1791, muy poco tiempo antes de su muerte. Esta obra tardía es una de las más exquisitas creaciones del compositor austriaco y esconde un bellísimo libreto lleno de simbolismo.

La Flauta Mágica

Papageno y Tamino (foto: Laboratorio del lenguaje)

Aunque tradicionalmente “La Flauta Mágica” se conoce como una ópera, responde en realidad al formato del singspiel, pequeña obra de teatro u ópera popular típicamente alemana. A diferencia de la ópera, los recitativos son hablados y, en general, las formas musicales y las arias son más simples.

El libreto de este bellísimo singspiel fue redactado por Emanuel Schikaneder (1751-1812) y es, aparentemente, un cuento de hadas, plagado de aventuras, en el que el héroe, Tamino, ha de enfrentarse a las fuerzas del mal, para rescatar a su amada Pamina.

Pamina es hija de la Reina de la Noche, personaje para el que Mozart compuso dos endiabladas arias, difíciles de defender hasta por las mejores sopranos. La primera de ellas se corresponde con el momento en el que la Reina de la Noche se encuentra con Tamino, que ya para entonces va acompañado de Papageno, un curioso personaje que se dedica a cazar pájaros para la Reina. Ésta cuenta a Tamino que su hija Pamina ha sido secuesetrada por el malvado Sarastro. Si Tamino la rescata, la Reina le concederá la mano de su bella hija. Para ello, las Tres Damas que habitan en el bosque entregan a Tamino una flauta mágica, la que da título a la ópera, que le ayudará en su cometido. Papageno recibe un carillón, también mágico, y ambos personajes emprenden su aventura.

Puesta en escena por Karl Friedrich Schinkel (1781-1841) para una producción de 1815 (foto: Wikipedia)

Tamino y Papageno entran en los dominios de Sarastro y se presentan ante él. Para poder culminar su viaje y rescatar a Pamina, Tamino y Papageno tienen que ser iniciados en los misterios de la sabiduría. Para empezar, tienen que hacer voto de silencio, de tal forma que, cuando Tamino y Pamina se encuentran, ésta se cree rechazada por el joven que no puede dirigirle la palabra. Tras diversas vicisitudes, Tamino tiene que enfrentarse a las pruebas finales de su iniciación. Guiado por la flauta mágica y por su amada, que ha decidido confiar en su amor, Tamino supera las últimas pruebas y admitido en el templo.

La historia termina con el triunfo del amor: Tamino y Pamina por fin están juntos y Papageno conoce a Papagena, en una escena final tremendamente divertida. Pero el verdadero mensaje pasa por el descubrimiento de que, en realidad, la Reina de la Noche es el personaje malvado y que Sarastro es en realidad un hombre justo que proclama la supremacía del reino de la luz y la verdad.

 

Papageno y Papagena (foto: Teatro Bielefeld)

Pero “La Flauta Mágica” es mucho más que una bella historia de amor y superación. Todos los avatares a los que tienen que enfrentarse Tamino y Papageno parecen ser en realidad una representación de los ritos iniciáticos masónicos, de tal forma que todo el libreto sería una forma encubierta de presentar la masonería, sociedad secreta a la que Mozart pertenecía. Es un camino hacia el conocimiento. Es el triunfo de la luz sobre las sombras.

Templo de Isis en Pompeya

En el texto, aparecen referencias al antiguo Egipto y a sus dioses, como Isis y Osiris, divinidades que tienen mucho que ver con el concepto de renacimiento, tan propio del tema tratado en la ópera. Las referencias a la diosa Isis no son casualidad: en el año 1770, durante un viaje que Mozart realizó con su padre Leopoldo por Italia, visitó las ruinas de Pompeya. Allí quedó subyugado especialmente por el Templo de Isis que sirvió de inspiración para esta gran creación.

La filosofía masónica, basada en la búsqueda de la verdad y la fraternidad, asoma a través del personaje de Sarastro, basado en Ignaz von Born, amigo personal de Mozart que fue quien le introdujo en la institución.

Von Born no es el único masón implicado en la historia. Ya hemos hablado de Emanuel Schikaneder, autor del librero. Schikaneder, compañero masón de Mozart, era propietario de un pequeño teatro en los suburbios de Viena, el Teatro Freihaus. Era, además, un actor especializado en Shakespeare. No sólo escribió el libreto, sino que también fue quien encargó la obra a Mozart, el empresario responsable del estreno y el director de escena. Y por si esto nos pareciera poco, ¡fue el primer Papageno de la historia!