En la última entrada, os proponía una revisión de la lectura tradicional sobre el paso de la Antigüedad a la Edad Media. Una de las claves para entender la continuidad entre estos dos periodos históricos es el Imperio Carolingio y su rey Carlomagno.

Carlomagno y el Imperio Carolingio

Carlomagno, por Alberto Durero (Wikimedia)

Cruz de Lotario

Cruz de Lotario

Los Francos, pueblo germánico asentado principalmente en la actual Francia y parte de Alemania, se unificaron en un mismo reino bajo la figura de Clodoveo, fundador de la dinastía merovingia a finales del s. V. Esta fue reemplazada por la dinastía carolingia a la que dio inicio Pipino El Breve, pasando a denominarse desde ese momento Imperio Carolingio, que se desarrolló durante los siglos VIII y IX. En plena Alta Edad Media, el Imperio Carolingio supuso una época de desarrollo político, económico y cultural, a través de la recuperación de la cultura clásica y ofreciendo una mezcla de elementos germánicos, cristianos y greco-romanos.

Carlomagno, hijo de Pipino el Breve, fue coronado emperador en el año 800 bajo el nombre “Imperator Romanorum”. Este hecho pone claramente de manifiesto su intención de presentarse como sucesor de los emperadores romanos, recuperando el esplendor político del Imperio Romano.

El centro de su reino y su corte fue establecido en la ciudad de Aachen, conocida en castellano como Aquisgrán, donde construyó la Capilla Palatina, hoy en día Catedral de Aquisgrán. Es en el Museo del Tesoro de la Catedral de Aquisgrán donde podemos contemplar algunas de las joyas medievales más impresionantes de Europa. En ellas, los herederos de Carlomagno y emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, desarrollaron un programa iconográfico que respaldaba su papel como legítimos herederos del mundo romano y de Carlomagno, restaurador de la unidad política del mismo.

Es el caso de la llamada Cruz de Lotario, elaborada en torno al año 1000 por encargo del emperador Otón III (983-1002). Realizada en madera, con recubrimiento de oro y piedras preciosas, presenta una representación alegórica de la Jerusalén Celeste. Incorpora también entalles y camafeos de época romana, tallados cientos de años atrás. El elemento más espectacular es el que se corresponde con el espléndido camafeo situado en el centro de la cruz. Este lugar, que en cruces de este tipo normalmente recoge la figura de Cristo, acoge en este caso a un retrato del emperador Augusto, sobre un sardónice, coronado con laurel. La presencia del emperador sobre la cruz de Lotario encuentra su explicación en la relación que existe con su donante, Otón III, que se consideraba parte de la tradición de los soberanos romanos y un emperador coronado por Dios y representante de Cristo.

A mí no deja de sorprenderme que, casi mil años después de la muerte de Augusto, los monarcas del Imperio Carolingio y del Sacro Imperio Romano Germánico reconocieran perfectamente al emperador romano. Y no sólo eso: que colocaran el camafeo de un antiguo emperador en el centro de la cruz, ya que su valor como representante del antiguo Imperio Romano, del que se consideraban herederos, quedaba por encima del hecho de que fuera pagano. ¿No es asombroso?