La Gigantomaquia fue un episodio mitológico de la Antigua Grecia, que tenía que ver con el orden establecido entre las primeras generaciones de dioses para el control del Universo. Los dioses olímpicos, con Zeus a la cabeza, deseosos de hacerse con el poder, se enfrentaron a los Gigantes en una cruenta batalla.

La Gigantomaquia en la historia del Arte

El tema de la Gigantomaquia gozó de mucho predicamento en el arte en griego, dado que esta historia simbolizaba la victoria de la luz y el orden, representada por los dioses Olímpicos, sobre la oscuridad y el caos, personificados por los Gigantes.

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 Atenea se enfrenta al gigante Encélado. Frontón del Archaios Naos, acrópolis de Atenas (imagen: Acropolis Museum Guide)

Uno de los ejemplos más antiguos de la representación de la Gigantomaquia proviene de la Acrópolis de Atenas. Junto al Erecteion, hoy en día pueden observarse los cimientos del Archaios Neos, un gran templo arcaico construido a finales del s. VI a. C. El edificio fue destruido en el 480 a. C. por los persas, pero se han localizado en las excavaciones arqueológicas restos de su decoración escultórica, que se cree que fue ejecutada por Antenor o Endoios. Uno de los frontones estaba decorado con la Gigantomaquia. La escultura más espectacular conservada se corresponde con la de la diosa Atenea, en el momento de enfrentarse al gigante Encélado. Así nos lo cuenta Apolodor, el autor que de manera más completa relató el episodio de la lucha entre los dioses y los gigantes: “Atenea echó encima una isla, Sicilia, a Encélado mientras huía”. La diosa inmovilizó al gigante arrojándole la isla de Sicilia. Del Gigante sólo se conserva su pie izquierdo. La Gigantomaquia era un tema de gran importancia iconográfica en la Acrópolis: era el motivo bordado en el peplos que la ciudad ofrecía a su diosa epónima en la celebración de las Panatenaicas.

Metopa del Partenón

 Metopa este del Partenón, con el carro de Helios (imagen: Acropolis Museum Guide)

Por todo esto, no es casualidad que la Gigantomaquia fuera uno de los temas escogidos para el programa iconográfico del Partenón. Los cuatro lados del templo escogen un tema de enfrentamiento para decorar sus metopas, en el friso dórico: La Centauromaquia, la Amazonomaquia, la Guerra de Troya y la Gigantomaquia, que es la que nos ocupa. Esta elección iconográfica tiene que ver con el hecho de que el Partenón fue construido como parte del programa de recuperación de la ciudad de Atenas tras la destrucción por parte de los Persas en el año 480 a. C. Las metopas del lado oriental, que son las que se corresponden con la Gigantomaquia, están muy mal conservadas, aún así en una de las dos exhibidas en el Museo de la Acrópolis podemos reconocer el carro del dios Helios (el Sol), tirado por cuatro caballos, elevándose desde el Océano, como indica un pez saltando entre las ruedas del carro y un pájaro acuático bajo las patas del caballo. La escena marca, por tanto, el momento en el que tiene lugar la victoria: las primeras horas de la mañana. También figuraba la Gigantomaquia en el escudo de la Atenea crisoelefantina de Fidias.

 Crátera de figuras rojas (imagen: Museo del Hermitage, San Petersburgo)

Una fuente imprescindible para el análisis iconográfico es la cerámica griega, ya que el uso de escenas mitológicas como decoración de las vasijas era algo muy común. De entre los variados ejemplos que podemos encontrar con escenas de la Gigantomaquia, destaca una crátera del Hermitage, de figuras rojas, datada en torno al 350 a. C., proveniente de los talleres del sur de Italia (Fig. 4). Además de la figura de Zeus en el centro de la composición, en un carro conducido por una Nike, y la presencia de Atenea y Artemisa a ambos lados de Zeus, podemos reconocer a Heracles en la parte inferior, lo que se correspondería con el texto “Tenían los dioses un vaticinio según el cual ninguno de los Gigantes podría ser muerto por los dioses, pero en cambio con la ayuda de un mortal en la lucha, morirían. […] Zeus […] por medio de Atenea llamó en su auxilio a Heracles como aliado”.

La representación más completa de la Gigantomaquia la encontramos en el Altar de Pérgamo, dedicado a Zeus y Atenea. Fue realizado durante el reinado de Eumenes II (197-159 a. C.), entre los años 164 y 156 a. C. Este gran monumento religioso contaba con un friso escultórico que decoraba los lados externos del altar. La Gigantomaquia servía para conmemorar la victoria de la ciudad contra los gálatas de Tracia. De la misma manera que los atenienses habían escogido este programa iconográfico para simbolizar su victoria contra los persas, de esta manera la dinastía atálida la utilizaba como representación de su victoria y herramienta de propaganda política.

Altar de Pérgamo

Altar de Pérgamo (foto de la autora)

Un abismo estilístico separa el tratamiento del tema en época clásica (ejemplo del Partenón) y éste, de época helenística. Frente a la versión clásica, más equilibrada, en el altar de Pérgamo vemos una representación impregnada de pathos, llena de movimiento y expresividad, valores acentuados por el uso del altorelieve y el juego de luces y sombras que éste genera.

En la época romana, las representaciones de la Gigantomaquia siguieron estando vinculadas a escenas propagandísticas. De esa época, contamos con el relieve procedente de Afrodisias (actual Turquía), localizado en las proximidades del ágora de la ciudad. En uno de los fragmentos del relieve vemos de nuevo a Atenea, esta vez no enfrentándose a Encélado sino a dos gigantes que responden perfectamente a la descripción de Apolodoro, según la que los “Gigantes, invencibles por su corpulencia e indomables por su fuerza, de terrible apariencia, con una espesa cabellera en la cabeza y mentón, tenían los pies llenos de escamas de dragón”.

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Relieve de Afrodisias (imagen: Flickr)

El uso del tema decayó en época medieval. Tampoco en el Renacimiento se prodigó demasiado, pero recuperó su popularidad en el Barroco, donde era común escoger temas de estas características que se ajustaban a las complejas composiciones de la época, el uso de escorzos y la expresividad dramática. Hay varios ejemplos de Gigantomaquias en frescos monumentales que decoran palacios de la época, aunque para ilustrar esta etapa hemos optado por la obra “La Caída de los Gigantes” de Jacques Jordaens, sobre un boceto de Rubens. La escena, que casi parece una excusa para llevar a cabo un estudio anatómico del cuerpo humano, tiene que ver con el momento de la derrota de los Gigantes, cuando ya apenas pueden soportar el peso de las rocas que lanzaban contra los dioses, tal y como Apolodoro comenta en la frase “arrojaban al cielo piedras y árboles ardiendo”.

La caída de los Gigantes

La Caída de los Gigantes, Jacques Jordaens

Ya en el s. XVIII, nos encontramos con la obra de Francisco Bayeu (1734-1795): los frescos que decoran el cuarto de los Príncipes de Asturias en el Palacio Real de Madrid. La imagen recoge la práctica totalidad de los participantes de la batalla: Zeus, Ares, Atenea, Poseidón y Heracles, entre otros. A falta de una imagen del fresco original, presentamos el boceto en lienzo que se conserva en el Museo del Prado.

El Olimpo. Batalla de los gigantes

 Boceto para el fresco de Francisco Bayeu (imagen: Museo del Prado)

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 Júpiter fulminando a los Gigantes. Porcelana de la Real Fábrica del Buen Retiro (imagen: Maicar)

La iconografía mitológica fue muy común también en las artes decorativas. De ahí que hayamos escogido una pieza que haga referencia a este repertorio, concretamente un bajorrelieve en cerámica, manufactura de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro. Sobre un fondo azul celeste, sobresalen las figuras de los dioses y los Gigantes en color blanco, presididas por la imagen de Zeus que lanza su temible rayo sobre los Gigantes (“y al resto los destruyó Zeus lanzándoles rayos”, cuenta Apolodoro), amontonados en la parte inferior de la composición.

 

En el arte contemporáneo la presencia de la Gigantomaquia se diluye, pero contamos con algunos ejemplos. Destacamos la obra “Gigantomaquia II” del artista estadounidense Leon Gulob (1992-2004). La obra, realizada en 1966, representa un grupo de desnudos masculinos en plena batalla. Las figuras, ordenadas en horizontal como en los frisos antiguos, parecen incompletas y su piel es un amasijo de heridas y arañazos. El hecho de que Golub formara parte de un grupo de artistas y escritores en contra de la Guerra de Vietnam permite entender este cuadro como una crítica a la injusticia, violencia y crueldad de la guerra.

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“Gigantomachy II“, Leon Golub (imagen: Metropolitan Museum de Nueva York)