Escondido entre las montañas guipuzcoanas, dentro del parque natural Aizkorri-Aralar y en término municipal de Oñati, encontramos este enclave, el Santuario de Nuestra Señora de Arántzazu, que se constituye en una de las más importantes muestras del arte contemporáneo de finales del s. XX. Si algo caracteriza esta basílica, regentada por la orden franciscana, es la fusión del edificio con la naturaleza circundante. Ya sea por sus valores paisajísticos, artísticos o religiosos, la visita es imprescindible.

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Basílica de Arantzazu (foto: Turismo de Oñati)

Pocos lugares contarán con una presencia tan emblemática de artistas contemporáneos: si el edificio fue diseñado por el arquitecto Sáenz de Oiza, las esculturas de la entrada son de Oteiza; las puertas, obra de Chillida; el retablo es una creación de Lucio Muñoz; y la cripta cuenta con la obra de Néstor Basterretxea.

La basílica

La basílica se construyó en el lugar en el que, según la leyenda, la virgen se apareció en el año de 1469, entre arbustos, de dónde viene el origen etimológico de la advocación. La palabra vasca “arantza” se traduce como arbusto espinoso, haciendo referencia al entorno natural de la zona, en el que se produjo la aparición. La iglesia original tuvo que ser remodelada y reconstruida en varias ocasiones, sobre todo tras los incendios de 1553, 1622 y 1834. Ya en el s. XX, se decidió acometer la construcción de una nueva basílica, optando por un nuevo lenguaje artístico vinculado a las tendencias del momento.

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 Entrada de la basílica con esculturas de Oteiza (foto: autora)

El edificio actual se construyó en la década de 1950, bajo diseño de los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza (1918-2000) y Luis Laorga (1919-1990), que ganaron el concurso de ideas convocado para la construcción de la nueva iglesia. Como toda obra rompedora, no estuvo exenta de polémica y de fuertes críticas por parte de la opinión pública y de algunos de los arquitectos que habían participado en el concurso. La modernidad de esta decisión, casi revolucionaria, que conllevaba apostar por un proyecto de estas características, todavía asombra hoy en día. Sáenz de Oiza, vanguardista arquitecto conocido sobre todo por los edificios Torres Blancas y la Torre del Banco de Bilbao, ambas en Madrid, fue también el artífice del Museo Oteiza de Alzuza (Navarra), dedicado al famoso escultor guipuzcoano que también participó en Arantzazu.

La materia prima empleada, la piedra caliza, permite una identificación perfecta entre los materiales y su entorno. Lo mismo ocurre con su superficie, compuesta de pequeñas pirámides que, a modo de pinchos, como los que tienen los arbustos espinosos, le da un aspecto agreste y feroz.

Al interés patrimonial de la arquitectura se le une la decoración escultórica de la fachada, diseñada por Jorge Oteiza (1908-2003), con un friso de figuras que representan a los apóstoles, bajo una piedad. A pesar de estar realizados en piedra caliza, casi parecen modelados en arcilla, dada la plasticidad de las figuras en las que han desaparecido por completo los atributos iconográficos de cada uno de los apóstoles que se funden a través del contacto de sus brazos y de las miradas. La anécdota cuenta que, cuando le preguntaron a Oteiza porque había esculpido catorce apóstoles en vez de doce, respondió algo similar a “porque no me cabías más”. Más allá de que esto sea cierto o no, lo que pretende el escultor es ofrecer una representación generalizada del apostolado como comunidad y no tanto la individualidad de cada uno de ellos.

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Apóstoles de Oteiza (foto: autora)

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 Retablo de Lucio Muñoz (foto: autora)

El interior de la basílica también es una importante referencia dentro del mundo del arte contemporáneo. El retablo, de 600 m2, realizado en madera tallada y policromada, fue obra del pintor abstracto Lucio Muñoz (1929-1998), del que hablamos en el post anterior. En realidad, estaba previsto que el retablo lo realizara Carlos Pascual de Lara, pero este falleció prematuramente y el trabajo le fue comisionado a Muñoz, importante representante del arte español abstracto del momento. Muñoz ganó el concurso que se convocó para retomar la obra inconclusa, quedando su proyecto primero entre un total de 42 bocetos presentados. Previamente, también Lara y Basterretxea habían sido escogidos a través de un concurso, en cuyo jurado participaron los propios arquitectos, Sáinz de Oiza y Laorga, y el pintor Vázquez Díaz. En la zona inferior de la composición, Muñoz representó el entorno terrenal, descrito por él mismo como “formas de un ímpetu más agreste con colores un tanto opacos y silenciosos que recogen el espíritu de la tierra de Arantzazu y Gipuzkoa”. Y es cierto que la textura y disposición de las formas recuerda el paisaje rocoso del entorno. Según se alza la mirada, los colores se van aclarando al mismo tiempo que rodean el camarín donde se ubica la talla de la Virgen. Los tonos azules culminan en una zona de mayor claridad, que representa el triunfo de la verdad, el triunfo de Cristo.

La polémica sobre la idoneidad de la obra arquitectónica también alcanzó la decoración de la iglesia que no entraba dentro de los cánones habituales del arte eclesiástico. Hasta tal punto esto llegó a suponer un problema que Oteiza, Basterretxea y Lara tuvieron que presentar al obispado una memoria justificativa de su proyecto. A pesar de que continuaron con su trabajo a la espera de una resolución, el obispo de San Sebastián remitió el informe a Roma y ordenó la suspensión de los trabajos hasta que llegara una respuesta, que terminó por confirmar que las obras no eran aptas. Tuvieron que pasar bastantes años para que el problema de solucionara definitivamente. Los apóstoles de Oteiza, en proceso de elaboración, quedaron abandonados durante catorce años en una cuneta cercana a su taller. El altar de Lucio Muñoz -Lara había fallecido durante la prohibición de los trabajos- fue inaugurado en 1962. Los apóstoles se colocaron en 1969 y Basterretxea no finalizó los trabajos de la cripta hasta 1985.

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Detalle de los apóstoles de Oteiza (foto: autora)

Y es que la cripta, realizada por Néstor Basterretxea (1924-2014), sufrió también la censura eclesiástica. El proyecto original con el que ganó el concurso de los años 50 finalmente tuvo poco que ver con el que llevó a cabo en los años 80. Los primeros trazos realizados fueron de pronto tapados con pintura blanca. Las décadas transcurridas entre ambos proyectos modificaron el significado de las pinturas. Si en el proyecto original Basterretxea hablaba del pecado y de la redención, el resultado definitivo tenía que ver, en palabras del artista, con lo siguiente: “Comienzo por la creación del cosmos; sigo con la creación de las mitologías por parte del hombre para explicar lo que no acierta a comprender por la razón; sigue el cristianismo y, por último, un signo de la última época, las guerras en el proceso del tiempo”.

Los paneles de la cripta conforman un conjunto de diecicho murales abstractos que transmiten su mensajea través del color y la forma. Como describen en el propio santuario, “los nueve primeros murales representan al ser humano ante la creación y los nueve restantes al ser humano desde la resurrección de Cristo”.

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Cripta de Néstor Basterretxea (foto: Turismo Vasco)