Las mujeres bíblicas y otras formas de pecado

Salomé

"Salomé bailando”, Gustave Moreau

“Salomé bailando”, 1874 Gustave Moreau (París, 1826-1898) Óleo sobre lienzo, 92 x 60 cm Musée Gustave Moreau (París)

Gustave Moreau fue un pintor adscrito al Simbolismo, movimiento que se adentraba en lo fantástico, lo imaginado y el mundo del ensueño, que en el caso de Moreau fue acompañado de una recargada ornamentación. Moreau realizó varias composiciones con Salomé como protagonista, siendo la más conocida la titulada “La aparición” del Musée d’Orsay.

Responsable de la muerte de San Juan Bautista, es una de esas mujeres de connotaciones maléficas que encontramos en la Biblia, que adquirió gran protagonismo, no solo en las artes plásticas, sino en otras disciplinas como podemos ver en la obra de teatro “Salomé” escrita por Oscar Wilde. De hecho, Álvaro Salvador opina que, entre todas las míticas mujeres fatales que se despliegan en el arte fin de siglo, Salomé acaba siendo la construcción que mejor resume todos estos modelos.

En la versión que nos ocupa, el cuerpo de la mujer está totalmente cubierto por dibujos trazados con línea negra que hacen que el cuadro también se conozca como “Salomé tatuada”. Su cuerpo blanco resplandece sobre los tonos ocres del Palacio de Herodes; su oscuridad refuerza la impresión de misterio.

Moreau utilizó elementos llenos de sentido, como la flor de loto, símbolo de voluptuosidad, o la pantera, símbolo de crueldad, en ambos casos evocando lo que representa la joven. Junto con ellos, otros símbolos evocan el gusto ecléctico de la época, que mezcla culturas y religiones, mostrando un palacio que bien podría estar situado en cualquier lugar de oriente.

El propio Moreau describió su obra de la siguiente manera: “Quería hacer una figura de sibila y hechicera religiosa, de carácter misterioso. Así que diseñé la vestimenta como si fuera un relicario”.

Judith

Judith, Gustav Klimt

 “Judith I”, 1901 Gustav Klimt (Viena, 1862-1918) Óleo sobre lienzo, 84 x 42 cm Museo Belvedere (Viena)

Formalmente, el cuadro de Judith se adscribe perfectamente al estilo de Gustav Klimt, miembro fundador del movimiento de la Secesión Vienesa, que supuso una auténtica revolución en el arte de la Viena de fin de siglo. Aunque Klimt trabajó principalmente el género del retrato, también cultivó composiciones alegóricas o retratos de mujeres como la Judith que nos ocupa. Independientemente del enfoque, la mujer fue protagonista absoluta de su arte.

La aplicación de láminas de pan de oro era característica del llamado periodo dorado al que pertenece el cuadro, al igual que la rica ornamentación. El pintor utilizó un fondo en el que el paisaje realista fue sustituido por una recreación idealizada inspirada en los relieves asirios del palacio de Senaquerib en Nínive. La influencia del arte japonés contribuye a la ausencia de profundidad en el cuadro.

Klimt escogió al personaje bíblico de Judith, que liberó a su pueblo enfrentándose y decapitando a Holofernes, no como una heroína bíblica sino como una femme fatale que mira provocativamente al espectador, lo que provocó que fuera confundida con Salomé portando la cabeza de San Juan Bautista, a pesar de que su nombre estaba recogido en el marco. La modelo fue probablemente Adele Bloch-Bauer a la que el pintor secesionista retrató en varias ocasiones.

 

 

 

 

El pecado, Franz von Stuck

“El pecado”, 1893, Franz von Stuck (Tettenweis, Alemania, 1863-1928). Pinakothek der Modernes. Kunst (Munich)

Por si la fascinación por las femmes fatales de la Biblia y la mitología no fuera suficiente, muchos pintores del XIX, destacando los simbolistas, identificaron el pecado con una figura femenina. Es el caso de esta obra de Von Stuck, una de las numerosas versiones que creó entre 1891 y 1912 y que solo difieren ligeramente en la composición. La serie tuvo éxito y causó una inmensa impresión en sus contemporáneos. La asociación entre mujer y serpiente fue común en su obra, vinculada con el erotismo y la muerte.

Stuck, influenciado por los prerrafaelitas y simbolistas como Khnopff, supo combinar la importancia del dibujo, a la hora de trazar la figura humana, de corte academicista, con elementos ornamentales de carácter simbólico. Su prestigio vino de la mano de sus pinturas alegóricas y de los cuadros de tema mitológico, siempre llenos de referencias veladas y enigmáticas.

La historia continúa (y termina) en el próximo post…