Estatua de Livia, procedente de Paestum. Museo Arqueológico Nacional (foto: National Geographic)

La primera emperatriz

Antes de la incorporación de Livia Drusila a la historia de Roma, las mujeres de la Antigüedad apenas ocupaban unas pocas líneas en los textos de los historiadores. Se conocían los nombres de algunas nobles de importantes familias de la época Republicana, pero no fue hasta la aparición de Livia que las mujeres empezaron a tener cierta presencia en la vida pública y cierta actividad, aunque fuera de manera indirecta, en la vida política.

Gracias a su matrimonio con Augusto, el primer emperador, Livia adquirió un importante papel protagonista, sentando un precedente inédito hasta aquel momento. Mediante su largo y bien avenido matrimonio de más de cincuenta años, pudo intervenir en la esfera política, ejerciendo su influencia a través su marido, y labrarse una gran reputación ante el Senado y la ciudadanía romana.

Llegó a ocupar un prestigioso lugar en la sociedad de su época, que mantuvo tras la muerte de Augusto. Y por encima de todo esto, forjó un modelo a seguir por muchas de las emperatrices que la sucedieron en el trono.

Pero estas prerrogativas no fueron del agrado de muchos de sus coetáneos, incluidos los historiadores que sentaron las bases de la semblanza que se transmitiría a lo largo de los siglos. Los autores clásicos utilizaron a menudo a las emperatrices para atacar indirectamente a sus maridos, difundiendo el estereotipo de una mujer ambiciosa, ávida de poder, que utilizaba sus dotes de seducción para obtener lo que deseaba y era capaz de cualquier acto ilícito con tal de asegurarse el poder para ella mismas y los suyos. Curiosamente, muchas de ellas demostraron tener dotes políticas bastante mejores que las de sus maridos e hijos.

Una figura denostada

Este fue el caso de Livia. Las maledicentes descripciones de Tácito, las insinuaciones de Dion Casio o las descripciones ambiguas de Suetonio forjaron la imagen de una Livia manipuladora que anteponía su ambición personal ante cualquier otra cosa, hasta al punto de aparecer como la responsable de la muerte de varios miembros de la familia Julio-Claudia, solo con el objetivo de posicionar a su hijo Tiberio en el trono de Roma. Estos textos mencionan incluso la posibilidad de que matara a su marido Augusto, envenenando unos higos de su jardín, e inaugurando un falaz listado de emperatrices asesinas, entre las que el caso que más ha trascendido ha sido el de Agripina la Menor, de la que se decía que había matado a su tío y marido Claudio, envenenando unas setas.

Como dice Mary Beard, ya desde época antigua, el envenenamiento se consideraba el instrumento preferido de las mujeres: no requería fuerza física, sino solo astucia. Pero ¿qué sentido habría tenido que Livia, tras más de cincuenta años de matrimonio bien avenido, hubiera querido asesinar a su esposo, cuando Tiberio ya estaba perfectamente reconocido como legítimo heredero?

Livia. Yo, Claudio

La literatura moderna recogió la peor versión del personaje. Es precisamente esa imagen de mujer fría y calculadora, construida desde la ficción, la que ha trascendido y se ha perpetuado en el imaginario colectivo. La Livia de la famosa novela histórica “Yo, Claudio” de Robert Graves es una asesina despiadada que no duda en quitar de en medio a cualquier personaje de la Roma de su época que pueda hacerle sombra a ella o a su familia.

La versión de Graves quedó fielmente retratada en la famosa serie de la BBC que se popularizó en los años 70. Incluso en la aclamada serie “Roma” de HBO, que proclamaba romper con muchos de los estereotipos del género histórico, Livia aparece como una joven frívola, dispuesta sin pensárselo un segundo a dejar a su primer marido para casarse con Augusto y anteponer su ambición personal a cualquier otra cuestión.

La auténtica historia

Pero ¿qué hay de cierto en todo esto? Livia construyó una imagen pública, muy en sintonía con los valores tradicionales que proclamaba su marido Augusto, con la que personificaba el ideal de matrona romana y sus dos funciones principales: la de esposa y la de madre. Mientras fue primera dama de Roma, apareció descrita como un ideal de virtud y moderación, como la esposa perfecta para el princeps. Alabada por poetas como Ovidio, forjó un modelo a seguir por el resto de mujeres romanas.

Retrato de Livia en el Museo Arqueológico de Atenas (foto: Wikimedia Commons)

De esta manera, su imagen histórica ha oscilado entre estas dos figuras contrapuestas, estereotipadas y muy dicotómicas: la de la matrona modélica, virtuosa y ejemplar, y la de mujer manipuladora que ciertos historiadores construyeron. Pero, ¿quién era realmente esta noble romana? Livia fue una mujer mucho más compleja y rica en matices que la que cualquiera de estas dos versiones representa. La auténtica personalidad de Livia no es ni la de una puritana cuyo único objetivo en la vida fue serle fiel a Augusto ni la de una manipuladora intrigante que fue capaz de asesinar a jóvenes para conseguir que su hijo heredara el trono de Roma.

Livia sentó un precedente. Fue la primera emperatriz y también fue la primera mujer divinizada. Fue esposa, madre, abuela y bisabuela de emperadores. Sus retratos se distribuyeron por todos los confines del Imperio y recibió honores hasta entonces impensables en el caso de una mujer. Su popularidad se mantuvo tras su muerte, durante los mandatos de Tiberio y Calígula, y su culto se extendió a partir de que Claudio lo promulgara. Tiempo después seguía en activo, hasta el punto de que, en tiempos de Trajano, a comienzos del s. II d.C., se seguían acuñando monedas con su efigie. También el emperador Antonino Pío, entre los años 147 y 159 d.C., emitió una serie de monedas con las imágenes de Livia y Augusto. Y esto no solo ocurría en Roma. A mediados del s. II d.C., hay constancia de que en Egipto todavía se celebraban concursos en su honor.

Relegada al olvido durante mucho tiempo, gracias a la historiografía moderna de las últimas décadas, que está llevando a cabo una relectura del papel de la mujer en la Antigüedad, se ha podido recuperar su figura y reivindicar su trascendental importancia.

El texto que acabas de leer forma parte de la introducción de la biografía novelada “Livia Drusila”, publicada en la colección “Mujeres Poderosas” de la editorial RBA y escrita por María José Noain Maura. El libro está disponible en kioskos desde el 5 de septiembre de 2023 y próximamente se podrá adquirir online.