El Museo Quai Branly, por donde nos paseábamos en la anterior entrada, organizó en el verano de 2015 la exposición «El Inca y el Conquistador«. Presentaba, en forma de diálogo, la mirada contrapuesta del conquistador Francisco Pizarro, frente al rey Atahualpa, soberano del Imperio Inca en el momento de la llegada de los españoles. Objetos incas e hispanos, entre los que había pinturas, mapas, grabados de la época u objetos arqueológicos, se iban presentando en contrapunto para darnos a conocer dos mundos radicalmente opuestos y el choque del encuentro entre ambas culturas.
Los Incas
La capital de los incas en aquel momento era Cuzco, una ciudad que hoy en día oculta los restos arqueológicos del Imperio Inca bajo los edificios hispánicos y que permite entrever la monumentalidad de la arquitectura inca en algunos muros conservados o bajo la Catedral, antiguo templo dedicado al dios Viracocha. Cerca de Cuzco, diseñada con planta en forma de puma, la fortaleza de Sacsahuamán es otro lugar clave para entender el desarrollo de este antiguo Imperio, denominado por sus habitantes Tahuantisuyu. La arquitectura militar incaica era impresionante: muros ciclópeos con piedras poligonales que en Sacsahuamán forman hasta tres líneas de muralla. Sin embargo, no podemos pensar en los incas sin que se nos venga a la cabeza el más representativo de sus lugares: Machu Picchu.
Machu Picchu
Machu Picchu no era una ciudad al uso. Su ubicación en plena Cordillera Central peruana tenía que ver con la función ceremonial del lugar, santuario dedicado al dios Inti, divinidad solar cuyo culto gestionaban las acllas, sacerdotisas vírgenes. Fue construido por el emperador Pachacuti Inca Yupanqui hacia el año 1470. Entre los distintos elementos de la ciudad, destaca el templo de las Tres Ventanas. Igualmente, llama la atención una extraña roca tallada conocida como Intihuatana, literalmente, la roca donde se amarra el sol. Aunque una de las claves de su espectacularidad tiene que ver con la magnífica integración de las construcciones en el entorno natural.
La ciudad permaneció escondida a ojos de los occidentales hasta que Hiram Bingham la redescubrió en 1911. Desde entonces, siempre está presente en los listados de los lugares emblemáticos de la Humanidad.
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