Hablar de Truffaut me lleva inevitablemente a la figura del gran director Alfred Hitchcok, y es que el director francés, además de realizador, era crítico de arte, asiduo colaborador de la prestigiosa revista “Cahiers du Cinema” y autor de un libro formado por varias entrevistas que hizo a Alfred Hitchcok. El libro, titulado “El cine según Hitchcock“, va repasando cronológicamente todas las películas del mago de suspense y se convierte en una auténtica lección de cine, apta tanto para los especialistas y grandes cinéfilos como para los simples aficionados. De forma amena, con una gran complicidad que se trasluce entre entrevistador y entrevistado, vamos poco a poco adentrándonos en el personal universo del realizador británico y entendiendo, en un plano teórico, muchas de las escenas que ya habíamos entendido perfectamente al visualizarlas, gracias a su maestría y su dominio del lenguaje cinematográfico.
El cine de Hitchcock
En una de las entrevistas, Hitchcock explica lo que para mí es una de las claves de su cine: la diferencia entre sorpresa y suspense. Si nos fijamos, en la mayoría de las películas de Hitchcock sabemos desde el primer momento, o desde muy poco tiempo después de comenzar la película, quién es el asesino. Rehuye la que es la forma más habitual del thriller o de la novela policíaca: el whodunit, es decir, basar el argumento de la película en la búsqueda del asesino, al más puro estilo Agatha Christie. El final del whodunit se basa en la sorpresa. El villano del film casi nunca es el sospechoso del público. El interés se basa en epatar al espectador, en sorprenderle. Dentro de esta definición, también se incluirían los clásicos sustos del cine de terror. Pues bien, para Hitchcock filmar la sorpresa es fácil; conseguir el asombro del espectador es sencillo. Lo realmente interesante, el verdadero reto es generar el suspense: ver la película conociendo las claves del guión, pero generando tensión a través de escenas que, dilatándose en el tiempo, consiguen que no podamos desviar nuestra mirada de la pantalla. La base del suspense se apoya en conectar con el asesino o con la víctima, sabiendo quién es quién, y que el peso de la trama tenga que ver con saber si finalmente se descubrirá al culpable, si se terminará por desvelar si Cary Grant es un espía o no, si James Stewart descubrirá que Kim Novak está en realidad interpretando un papel que nosotros ya conocemos.
Uno de entre los muchos méritos de Hitchcock fue la elección de los guiones, que nunca escribía él mismo, con historias apasionantes y tramas psicológicas que pivotan en torno a la idea del suspense que acabo de exponer. Pero otro de sus grandes aciertos fue su capacidad de innovar en el campo del lenguaje cinematográfico, con posicionamientos de cámara totalmente originales, y muchas veces inverosímiles, y pequeños trucos visuales que, de forma inconsciente, atrapan al espectador. Veamos un único ejemplo de este tipo de artimañas cinematográficas, para no alargarnos demasiado.
No es tarea de este blog revelar spoilers, aunque he de avisar que quien no quiera conocer las tramas y finales de las películas hitchconianas no debería leer el libro de Truffaut -teniendo en cuenta que acabo de intentar transmitir que prácticamente nunca sus películas son whodunit, esta es una advertencia a la que no se le debería prestar mucha atención-. Pero, retomando lo dicho, es inevitable desvelar que Cary Grant es un asesino en la película “Sospecha“. O por lo menos eso es lo que cree su esposa, interpretada por Joan Fontaine, y por tanto, lo que también cree el espectador a lo largo de toda la cinta. En un momento dado, nuestro protagonista muestra un especial interés por aquellos venenos que puedan matar a alguien sin dejar huella. Su esposa no es inmune al interés de su marido por un tema tan sórdido y, cuando éste le lleva un aparentemente inocente vaso de leche a su habitación, ella cree que está envenenado y que intenta matarla para hacerse con el dinero de su familia. Hitchcock ideó una forma realmente brillante y original para dirigir toda la atención del espectador al elemento protagonista de la escena: colocando una luz en el interior del vaso de leche y jugando con la iluminación del el resto de la escena, lo consiguió.
Hoy en día, Hitchcock es reconocido por todos como un gran director. Pero hubo un momento en el que fue denostado, ya que a veces caemos en la tendencia a pensar que lo que es exitoso comercialmente no puede ser un producto de calidad. Afortunadamente, el libro de Truffaut sirvió para recuperar la figura del realizador británico y recolocarlo en el lugar que se merece. Y también, por supuesto, para darnos una gran lección: si algún día alguien os ofrece una bebida extrañamente luminosa, sospechad.
Deja tu comentario