Tras el paréntesis dedicado a Ingres y Cleopatra, volvamos a los artistas surrealistas. Explicábamos que Man Ray fue uno de los máximos representantes del surrealismo, un movimiento que se desarrolló principalmente en Francia y que tenía como base teórica la creación artística basada en el subconsciente humano, muy vinculado a las teorías psicoanalíticas de Freud. Algunos de los artistas más significativos de este movimiento fueron Dalí, Man Ray, André Breton (padre del movimiento) o Max Ernst. ¿Y dónde quedan las mujeres? Este movimiento, progresista y libertador, transgresor y revolucionario, fue paradójicamente eminentemente masculino. Pero contamos con una afortunada excepción: Leonora Carrington.
Leonora Carrington y Max Ernst

Leonora Carrington y Max Ernst

Carrington (1917-2001) pertenecía a una familia de la nobleza inglesa con la que, desde niña, no se sintió identificada. Desde muy joven se interesó por la pintura, acercándose al surrealismo incluso antes de entrar en contacto con los artistas de este movimiento. Su vinculación con el grupo surrealista vino de la mano de Max Ernst de quien fue compañera sentimental hasta que él fue detenido durante la II Guerra Mundial. Ernst la introdujo en el círculo artístico de los surrealistas en París, donde pudo desarrollar su creatividad artística.

Leonora y Ernst se conocieron en Londres y se instalaron en París. Tras un tiempo, se trasladaron a vivir al campo, en la localidad francesa de Saint-Martin-d’Ardèche. En 1939, Ernst fue declarado enemigo del régimen de Vichy y arrestado en el campo de Les Milles. Tras una época de soledad cercana a la locura, Carrington huyó a España y se estableció en Madrid en plena Guerra Civil. A través de los intentos de su familia por rescatarla, acabó internada en un sanatorio en Santander. Esta etapa es una de las más duras de su vida y de ella dejó constancia en un estremecedor libro titulado «Memorias de abajo». En la publicación de estas memorias, se incluyen igualmente varios relatos cortos escritos por Carrington, con el mismo carácter surrealista que su obra pictórica, que contribuyen a adentrarse en el particular universo de la autora.

 

 

 

La Gigante. Leonoro Carrington.

La Gigante (foto: www.apollo-magazine.com)

 

A través del mexicano Renato Leduc, a quien conoció en Lisboa tras escaparse del hospital y con quien se casó, Leonora viajó a México donde pasó el resto de su vida y continuó pintando. Allí desarrolló plenamente su faceta surrealista, estando en contacto con otros artistas exiliados y estableciendo una larga y duradera amistad con la también pintora Remedios Varo. Sus cuadros están poblados por extraños personajes, animales, símbolos de la mitología celta o la cábala. Nos cuentan historias difícilmente interpretables pero que nos llevan a un mundo onírico en el que es fácil perderse. En la última etapa de su vida plasmó sus figuras antropomorfas en grandes esculturas, modeladas a partir de cera.

La vida de Leonora Carrington ha sido novelada por la escritora mexicana Elena Poniatowska, en un libro que lleva como título «Leonora».Leonora debió ser una mujer fascinante, con una gran personalidad y una belleza cautivadora, que dejaba huella en aquellos que la conocían, y recrear su vida y personalidad tuvo que ser un reto apasionante. Novelar una biografía es un ejercicio literario interesante y, en mi opinión, Poniatovska lo hace con acierto. Lo realmente recomendable es combinar ambas lecturas y, al terminar la novela de Poniatovska, leer las memorias de la pintora para adentrarse más en su propia experiencia.