La ciudad de Teotihuacán
Teotihuacán es una ciudad que ya sólo por el nombre está tocada por la mano de los dioses: su nombre puede traducirse como «ciudad donde los hombres se convierten en dioses». Floreció entre los años 200 a. C. y 800 d. C., un periodo que en la Arqueología mesoamericana se conoce como Periodo Clásico. En esos momentos, la cultura más floreciente de todo el territorio de Centroaméria son los mayas, que se asientan principalmente en la Península del Yucatán. Paralelamente a esta cultura, Teotihuacán, que no se adscribe a ningún grupo concreto, se convierte en un centro ceremonial de primer orden, testimoniado por sus magníficos monumentos y la riqueza de su cultura material.
Artefactos de obsidiana de Teotihuacán
La base económica de la ciudad era una agricultura extensiva, basada en el maíz, que, gracias a importantes sistemas de regadío, permitía la productividad necesaria para sustenar a su gran población urbana. De hecho, se cree que en su momento de máximo esplendor la ciudad pudo llegar a alcanzar los 100.000 habitantes. Junto con la economía primaria, la enorme importancia del comercio, que llegaba hasta largas distancias, les permitía acceder a recursos lejanos y controlar el intercambio de la obsidiana, una piedra de origen volcánico, especialmente apropiada para la fabricación de cuchillos, otras herramientas y objetos suntuarios. La ciudad centralizaba la producción de instrumentos realizados en este material, tanto para consumo interno como para su exportación, lo que nos lleva a recordar la importancia que tenían los artesanos en Teotihuacán, prueba de lo cual es la inmensamente rica y delicada cultura material que los arqueológos encuentran en la urbe. El gobierno de la ciudad estaba conformado por un grupo de nobles y sacerdotes que controlaban todas las esferas de la sociedad, altamente estratificada, y remarcaban la importancia religiosa de la misma. Esta se manifestaba en su apariencia urbana y la monumentalidad de sus edificios.
La Avenida de los Muertos y las Pirámides
El eje principal era la que hoy en día denominamos Avenida de los Muertos, con casi dos kilómetros de longitud. En un extremo de esta calle, se sitúa la Pirámide de la Luna, hermana pequeña de la Pirámide del Sol, que, unos metros más allá, se alza a un lado de la avenida, llegando a alcanzar los 65 metros del altura. Las pirámides mexicanas, a diferencias de las egipcias, no eran tumbas ni monumentos fuenrarios, sino lugares de culto. Ambas comparten una estructura en terrazas superpuestas y una única escalinata de acceso. La orientación de los edificios demuestra el alto conocimiento astronómico de los teotihuacanos.
La Avenida de los Muertos y la Pirámide de la Luna desde la Pirámide del Sol
Templo de Quetzalcoatl
Casi al otro extremo de la Avenida de los Muertos, y escondido tras una pequeña pirámide, se yergue el Templo de Quetzalcoatl. Con una estructura de terrazas escalonadas, presenta una interesantísima decoración en la que lo más significativo es la alternancia de cabezas de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, dios del viento, y de Tláloc, el dios de la lluvia. No sabemos en realidad cómo se llamaban estas divinidades en época teotihuacana, sino que han sobrevivido con el nombre azteca, ya que, siglos después del esplendor del asentamiento, lo siguieron venerando como un centro ceremonial.
Incensario
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