Las pirámides de Egipto son la imagen más representativa del pasado de este país. Pero también existen otros elementos emblemáticos como es el caso de los obeliscos, esos monumentos en piedra, de sección cuadrada y acabado piramidal que, cubiertos de jeroglíficos, tenían carácter conmemorativo. Curiosamente, no todos los antiguos obeliscos egipcios se encuentran en este país sino que, ya incluso desde la Antigüedad Clásica y hasta época contemporánea, varios de ellos fueron trasladados a otras ciudades. Es el caso de Roma, Londres, Nueva York o Estambul. Sigamos el viaje de uno de estos obeliscos y trasladémosnos a orillas del Bósforo.
Bizancio, Constantinopla, Estambul
La ciudad que hoy en día conocemos con el nombre de Estambul fue fundada por los griegos de Megara con el nombre de Bizancio en el s. VII a. C. Las colonizaciones griegas se extendieron tanto por la zona occidental del Mediterráneo como en las orillas del Mar Negro. La situación de Bizancio, en el estrecho del Bósforo, resultó ser un enclave privilegiado por estar situado en el paso del Mediterráneo al Mar Negro.
En el año 476 d. C. la parte occidental del Imperio Romano sucumbió. Su mitad oriental siguió funcionando como una potencia, manteniendo la capital en Constantinopla. Los historiadores bautizaron a este Imperio, heredero del mundo romano, con el nombre de Imperio Bizantino (a partir del nombre original de la fundación griega). Constantinopla fue incorporando algunos monumentos a lo largo de su historia como capital del Imperio Bizantino. Uno de ellos se ha convertido en uno de los símbolos más emblemáticos de la ciudad: Santa Sofía. Construida como basílica en el s. VI d. C. por iniciativa del emperador Justiniano, pasó tras la conquista otomana a convertirse en mezquita para estar hoy en día desacralizada y funcionar como museo.
El Imperio Bizantino se mantuvo vigente hasta el s. XV. Durante todos esos siglos vivió numerosas etapas de expansión y recesión, pero lo que es evidente es que fue una de las grandes potencias políticas medievales. A mediados del s. XV su territorio se limitaba prácticamente a la capital, que finalmente cayó en 1453 en manos del Imperio Otomano.
La personalidad de Estambul cambió con los nuevos gobernantes. Entre otras cosas, fueron poblando paulatinamente la ciudad de mezquitas, dotándole de su característico skyline lleno de minaretes. Las mezquitas de Constantinopla tienen cronologías y estilos muy variados, siendo la más visitada la Mezquita Azul, denominada así por el color principal de sus azulejos. La suma del pasado bizantino y las intervenciones urbanísticas y arquitectónicas del mundo otomano dotaron a la ciudad de un heterogéneo y cosmopolita aspecto que se mantiene hoy en día. Una especial personalidad que suele describirse como frontera entre Asia y Europa, no sólo por su ubicación geográfica, sino por su mezcla cultural.
El Imperio Otomano también llegó a su fin, desmoronándose tras I Guerra Mundial. Cosntantinopla sufrió entonces otra importante transformación, entre otras cosas, la de su nombre, que pasó a ser Estambul, desde el año 1930. El dirigente Mustafá Kemal, que ha pasado a la historia como Atatürk (literalmente, padre de los turcos) llevó a cabo una importante política de laicización y occidentalización del país, con transformaciones simbólicas tan importantes como la sustitución del alfabeto árabe por el alfabeto latino.
El crisol de culturas y lo complejo de su historia hacen hoy en día de Estambul una fascinante ciudad de imprescindible visita.
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