Destacábamos en el último post la importancia de Santa Sofía como uno de los edificios más emblemáticos de nuestro paseo por Estambul. En un primer vistazo y sin mayor reflexión, Santa Sofía nos puede parecer una interesante construcción, pero que queda empobrecida si la comparamos con la magnífica decoración de su vecina Mezquita Azul. Pero para poder entender la auténtica dimensión de esta basílica hay que comenzar diciendo que fue construida en el año 537 d. C., cuando en la Península Ibérica el Reino Visigodo todavía no había comenzado a erigir sus modestas (y encantadoras, eso sí) iglesias visigodas.
La construcción de Santa Sofía
La insuperable maestría arquitectónica de Santa Sofía y la majestuosidad de su inmenso espacio central es herencia directa de la arquitectura romana y empequeñece cualquier de las construcciones que en ese momento se están llevando a cabo en Europa, ajena ya a la época de esplendor del mundo romano y todavía muy lejos de la magnificencia de las catedrales góticas.
Santa Sofía se construyó sobre dos iglesias de época anterior y fue inaugurada, tal y como la conocemos, por el emperador bizantino Justiniano en el año 537. Los arquitectos fueron Antemio de Trales e Isidoro de Mileto. Aunque algunos de los mosaicos que decoran los techos y las paredes datan de la época de construcción, es decir, el s. VI, la mayoría de ellos se realizaron en el s. IX, tras el periodo iconoclasta durante el cual estuvo prohibida la representación de imágenes religiosas.
Uno de los mosaicos más interesantes se encuentra tras el vestíbulo de los Guerreros. Presenta, en el centro, a la Virgen con el niño. A ambos lados, la acompañan el emperador Constantino que le ofrece la ciudad de Constantinopla, y el emperador Justiniano, que le ofrece la propia Santa Sofía. Se cree que el mosaico se realizó en el s. X, durante el reinado de Basilio II. Pero lo más interesante, además de la presencia de dos de los emperadores más importantes de la historia de la ciudad, es que presenta a ambos relacionados, como parte de una misma realidad histórica. Habitualmente, se nos ha presentado el mundo bizantino aislado de su pasado romano, cuando en realidad los emperadores bizantinos se consideraban a sí mismos herederos de Roma. El hecho de ver a Constatino y Justiniano representados en el mismo mosaico pone de manifiesto el convencionalismo de las divisiones y periodizaciones históricas que inevitablemente utilizamos.
Santa Sofía fue convertida en mezquita en el s. XV, tras la conquista otomana de Constantinopla. Los alminares, que hoy son parte incofundible de su perfil, se añadieron también en esta época. Entonces se construyeron varios refuerzos en el exterior, para ayudar a soportar el enorme peso de su estructura, de ahí que su aspecto exterior se aleje del original del s. VI. Los medallones con caligrafías en árabe se colocaron en el s. XIX. Hoy en día el lugar se ha desacralizado y funciona como museo, recogiendo como un palimpsesto lo más significativo de la evolución histórica de Estambul.
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