La semana pasada se estrenó la película «Altamira» (2016), dirigida por Hugh Hudson y protagonizada por Antonio Banderas y Golshifteh Farahani. En ella se nos cuenta cómo se produjo el descubrimiento de la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico. Pero, ¿cómo saltamos de la Estatua de la Libertad de la que hablábamos la semana pasada hasta esta película y la famosa cueva?
Sautuola y el descubrimiento de Altamira
Pero volvamos al nuestro protagonista de hoy. Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) era un intelectual santanderino muy interesado por la Prehistoria y fiel defensor de la Teoría de la Evolución de las Especies, propugnada por Charles Darwin. Tras su visita a París, regresó con nuevos conocimientos que le impulsaron a volver a visitar la cueva de Altamira en 1879, cuya existencia le había sido comunicada por Modesto Cubillas y que había visitado por primera vez en 1875. En esta ocasión penetró en la cavidad, acompañado de su hija María, tan sólo una niña. Fue María quien se adentró en las profundidades de la cueva y descubrió por primera vez el espectacular techo de los bisontes de Altamira. Llamó a su padre, que quedó sobrecogido por el descubrimiento, que atribuyó a los habitantes prehistóricos de la región.
Sautuola presentó su descubrimiento en 1880, en el folleto «Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la Provincia de Santander» y en un Congreso Internacional en Lisboa. La mayor parte de la comunidad científica de la época rechazó la antigüedad del hallazgo, entre otros el eminente Cartailhac, alegando que era imposible que nuestros antepasados prehistóricos hubieran llevado a cabo una obra de tal calidad. En aquel momento, la Prehistoria como disciplina científica estaba en ciernes. Existían investigadores que, eludiendo los dogmas cristianos, aceptaban la evolución darwinista y la antigüedad de los restos prehistóricos. Pero incluso los científicos más avanzados no estaban preparados para admitir que aquellos primitivos tuvieran la misma inteligencia y talento que los seres humanos actuales. De ahí que fueran incapaces de atribuir una antigüedad de más de 10.000 años a la calidad artística y verosimilitud de las pinturas cántabras y las consideraran pinturas modernas. Sautuola tuvo que soportar las crísticas de sus coetáneos y murió sin que viera reconocido su incomparable hallazgo.
Cuando años después se descubrieron otras cuevas francesas con arte rupestre y se pudo certificar la antigüedad del arte paleolítico gracias a su contextualización arqueológica, principalmente por los estudios del Abate Breuil, Cartailhac publicó en 1902 un opúsculo titulado «Mea culpa de un escéptico» en el que por fin reconocía el talento de Sautuola en la identificación de Altamira. Pero el intelectual cántabro nunca llegó a leerlo.
La película «Altamira» recrea toda esta historia. Nos presenta el descubrimiento y la batalla de Sautuola por convencer a la comunidad científica de su época. Hace hincapié, también, en las tensiones que tuvo con su esposa que veía un ataque a los dogmas de la iglesia en las teorías de su marido. La cinta es correcta, cumple una importante labor divulgativa sobre la historia de uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la humanidad, pero se queda en ese plano de corrección sin llegar a conmover e involucrar.
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