El mar de Afrodita-Venus y la versión de Boticelli nos conducen en esta ocasión a una novela en la que también el mar es protagonista: «Cabaret Biarritz» de José C. Vales. Una excusa perfecta para volver desde Chipre a esta bella localidad del País Vasco francés.

Cabaret Biarritz

Cabaret Biarritz es una de esas novelas en las que se aúnan el reconocimiento (Premio Nadal 2015) y la calidad literaria. Situada la acción en la Biarritz de los felices años 20, cuna del veraneo de la aristocracia europea y lugar de encuentro de ricos, nobles, burgueses y estrafalarios personajes, se trata de un thriller en el que nada es lo que parece. El hilo conductor de la historia es el esclarecimiento de una serie de muertes misteriosas que tuvieron lugar en el mar y que el protagonista, Georges Miet, intenta resolver a través de entrevistas que, veinte años después, realiza a los protagonistas de los hechos. Este punto de partida ofrece una de los elementos más originales de la obra: el hecho de que esté narrado como un falso reportaje periodístico en el que las entrevistas van aportando a cuentagotas la información que necesitamos para descifrar el puzzle de los acontecimientos reales. Hasta las notas a pie de página están redactadas como si de entrevistas reales se trataran, que años después cayeron en manos del responsable de la publicación. Estas, por supuesto narradas en primera persona, se adaptan al perfil y extracto social del entrevistado, recogiendo las distintas voces y estilos de manera caleidoscópica. Es la excusa perfecta para presentarnos una larga lista de personajes extremos en un ámbito en el que nadie, absolutamente nadie, es lo que parece. Y además, toda la obra destila sentido del humor y está narrada de una forma dinámica y entretenida que atrapa al lector.

Pero la novela de José C. Vales tiene un valor añadido: Biarritz. La ciudad francesa es un protagonista más y los edificios más insignes que protagonizaron su época dorada son el escenario de los hechos. Para lo que tenemos la suerte de conocer la localidad, es un divertido ejercicio ir reconociendo esos espacios: la Grand Plage, la Plage des Cotes des Basques, el Palacio Bellevue, la Maison Belza y un largo etcétera.

¿Nos damos un paseo por los enclaves de esta estupenda novela? Algunos párrafos de «Cabaret Biarritz» nos acompañan en el recorrido…

Bueno, ya sabe usted cómo era el Hôtel du Palais…[…]. Se decía que tenías que tener muy mala suerte si un día cualquiera de verano no te topabas en el jardín o en la rotonde con el rey de España, el sha de Persia, la zarina Feodorova, o con Douglas Fairbanks, Rudyard Kipling o con un maharajá del Imperio británico.

Aitzane Palefroi […] había desaparecido dos días antes, o quizá tres, justo antes de una inesperada y espantosa galerna estival; los marineros la encontraron colgando de una de las argollas que utilizan para sujetar las barcas en una dársena del puerto.

Villa Belza. Sí, parece una casa encantada, ¿verdad? Eso es porque el señor Alphonse Bertrand, que fue el señor arquitecto, pensó que a ese promontorio rocoso frente al mar le vendría bien
una mansión gótica. Y, claro, el torreón es como… de cuento de hadas. Lo construyeron a finales del siglo pasado, justo delante de unos roquedales donde bate el océano con una furia espantosa durante casi todo el año, porque allí hay malas corrientes. Por supuesto, al elevarse esta maravillosa villa gótica sobre el promontorio y el mar, la impresión desde cualquier perspectiva era fabulosa. Con aquellos miradores transilvanos, los tejados pizarrosamente oscuros de castillo medieval, sus chimeneas británicas, los pináculos y las cruces, su frondoso y umbrío jardín atlántico, Villa Belza… que no significa más que villa negra, causó horror durante muchos años, y en el pueblo se contaron las historias más inverosímiles y ridículas que se puedan imaginar.

La otra playa se llama Côte des Basques, pero a ese lugar sólo acuden los aventureros más arriesgados. Allí el oleaje es aterrador. Se han construido muchas veces cabinas para bañistas en esa parte de la costa, y muchas no han durado ni una temporada, porque las tempestades que asolan esa playa son para no nombrarlas.

El casino municipal, frente a la Grande Plage, hervía todas lasnoches con grandes fiestas a las que acudía lo más granado de la sociedad europea. En los escenarios, piezas de varietés y music hall, todas las noches,además de matinées elegantes con conciertos y obras de teatro, y óperas nocturnas en ocasiones.

La Grande Plage era más señorial: eso hay que admitirlo. […] A la hora del baño, los más osados se cogían de la mano y se metían en el mar hasta las rodillas: eran los fabulosos bains de pied; no faltaban atolondrados que se adentraran en el océano hasta la cintura. Lo más interesante de la playa era la innumerable cantidad de actividades que podían disfrutarse: concursos de fortalezas de arena contra las olas, concursos de figuras de arena, saltos y brincos, vuelo de cometa y juegos de pelota.

Y para terminar, ya que en la novela se cita, aunque sea brevemente y de pasada, el surrealismo francés, me habría encantado ver desfilar por entre sus páginas a Man Ray, veraneando en Emak Bakia y escandalizando a las -escasas- mentes bienpensantes de Cabaret Biarritz…