Uno de mis cuadros favoritos del pintor John William Waterhouse es el titulado “Ulises y las Sirenas“, pintado en 1891. Aquí lo tenéis.

Ulises. John William Waterhouse

Ulises y las Sirenas, John William Waterhouse (foto: Wikimedia Commons)

Pero, ¿existen las sirenas?

¡Desde luego que no! Pero que nadie se lo dijera a un antiguo griego… Eso sí, no os imaginéis en estos momentos a esas seductoras mujeres que habitan en el mar y tienen cola de pez, ya que esta iconografía es propia de las sirenas medievales. Las sirenas de la Antigüedad Clásica eran, en cambio, unos terribles seres con cuerpo de pájaro y cabeza o torso de mujer. Habitaban en peligrosos acantilados a los que intentaban atraer con sus bellos cánticos a las naves, para que se estrellaran contra las rocas y de esa manera poder devorar a los marineros.

Así que si os habéis extrañado del aspecto con el que Waterhouse pintó en su obra a las sirenas, ahora sabéis que en realidad fue un gran acierto por parte del artista británico. Rehuyendo modelos románticos muy propios de su época, se basó en la iconografía antigua y representó correctamente a estos personajes tan amenazantes.

Sarcófago romano con Ulises y las Sirenas.

Sarcófago romano con Ulises y las Sirenas. (Foto: autora)

Ulises y las Sirenas

Uno de los pasajes más famosos de la Odisea de Homero es el de las Sirenas. Odiseo conocía el peligro de estos monstruos, pero al mismo tiempo ardía en deseos de escuchar su canto y comprobar si era tan bello como se decía. Así que encomendó a su tripulación que se taparan los oídos con cera para impedir escuchar a las sirenas y que le ataran a él fuertemente al mástil de la nave. El barco pasó junto a los pájaros-mujeres, Odiseo pudo escuchar su bella melodía y, a pesar de que estuvo a punto de enloquecer, pudieron salir indemnes del aprieto gracias a que sus marineros siguieron remando impertérritos protegidos por la cera taponando sus oídos.