Nuestro viaje de hoy nos lleva hasta la localidad guipuzcoana de Hondarribia. Y es que allí, las sirenas de las que hablábamos en el anterior post, tienen cierto protagonismo, ya que aparecen en el escudo de la ciudad. Por ese motivo, y aún a riesgo de que sea un poco repetitivo, os transcribo un pequeño artículo que, sobre este tema, publiqué en la revista “Bidasoatik”. Los dibujos son del gran artista José Luis Noain. Podéis ver más obra suya en este enlace y visitar su galería en este otro.

De sirenas y escudos

Arco de Santa María. Dibujo de José Luis Noain

Arco de Santa María. Dibujo de José Luis Noain

El escudo de Hondarribia, que actualmente da entrada al casco histórico de la ciudad en su ubicación en la puerta de Santa María, es uno de los más sugestivos de Gipuzkoa, por sus peculiares elementos. Se data en 1694 y estuvo en origen situado en el convento de Capuchinos desde el cual se trasladó al arco de Santa María en 1879, para que figurara “en el portal como sitio más público y apropiado”, tal y como nos relata Florentino Portu. Coronado por la Virgen de Guadalupe, presenta en el centro una fortificación, referencia al castillo medieval y renacentista, hoy en día convertido en Parador. Cuatro figuras encuadran dicha imagen: un ángel con una llave en la mano derecha; un león rampante; un barco o trainera sobre el agua que arponea una ballena; y una sirena y un tritón. La sirena lleva un espejo y el tritón una granada.

Nada tiene que ver la sirena mujer-pez del escudo hondarribitarra con las sirenas de la mitología griega, peligrosas figuras monstruosas que aparecen en distintos textos de época grecolatina. Su nombre se relaciona sobre todo con el episodio narrado en la Odisea, una de las grandes obras de la literatura universal, escrita por el poeta griego Homero hacia el s. VIII a. C. En esta obra, se recogen las aventuras y desventuras de Odiseo, que pasó a conocerse como Ulises en el mundo latino, en su regreso hacia Itaca, su patria, tras su participación en la Guerra de Troya. Símbolo del periplo por antonomasia, inspiradora de obras como el bello poema de Kavafis “Regreso a Itaca”, la Odisea es un relato de viajes, narrado en tiempo presente a través de flashbacks por los que van desfilando multitud de personajes semi legendarios y mitológicos que pueblan el mar Mediterráneo de peligros y tentaciones que van retrasando el tan esperado regreso de Odiseo.

Es en uno de esos episodios en el que aparecen las sirenas (Canto XII), extraños seres reconocible por su cuerpo de ave y su cabeza de mujer, muy diferentes iconográficamente del modelo medieval. Contaba la leyenda que atraían a los navegantes a través de sus fascinantes cánticos, conduciéndoles a un naufragio contra las rocas. Odiseo, siguiendo el consejo de la hechicera Circe, taponó los oídos de sus tripulantes con cera para que no oyeran su canto, pidiéndoles al mismo tiempo que le ataran al mástil del barco para poder escuchar la belleza del sonido sin verse tentado a variar el rumbo del barco y llegar hasta ellas.

Las sirenas no están presentes exclusivamente en el relato de Homero. Otro de los episodios emblemáticos es el de “Jasón y los Argonautas“. En este caso, la nave de Argos y su tripulación escapan al bello cántico gracias a la intervención de Orfeo, que consigue derrotarla mediante su legendaria habilidad para el canto y la música.

Escudo de Hondarribia. Dibujo de José Luis Noain

Escudo de Hondarribia. Dibujo de José Luis Noain

Sobre la evolución de las sirenas-pájaro de época clásica a las mujeres-pez de época medieval hay numerosas teorías. Lo que está claro es que durante la transición de la época antigua a la época medieval va mutando paulatinamente su aspecto hasta adquirir la apariencia con la que las reconocemos hoy en día, conviviendo ambas iconografías durante bastante tiempo. En el primer arte medieval -las vemos representadas en arquivoltas, frescos y capiteles de época prerrománica y románica-, adquieren connotaciones peyorativas, asociadas por la Iglesia con el pecado de la carne, las tentaciones y la lujuria. A partir del s. XIV, incorporan en su iconografía el espejo y el peine, como símbolo de coquetería.

Estas figuras quiméricas pasaron a incorporarse después a la heráldica, figurando en escudos y simbolizando la elocuencia, la seducción, el ingenio, la atracción o el engaño. Hoy en día forman parte del imaginario occidental, como protagonistas de leyendas y cuentos sobre marinos y naufragios en los que simbolizaban los peligros del mar.