La obra de José Luis Noain
Cuando se contempla un cuadro de José Luis Noain (1944) lo primero que viene a la mente es la admiración por una técnica asombrosa. Es habitual el comentario de “parece una foto” que tan del gusto del público habitual es. Y lo cierto es que el dominio del dibujo y del color queda por encima de cualquier otra apreciación, que llega en una segunda aproximación y mirada más atenta. Todos los óleos, acuarelas y aguafuertes del artista se basan en un minucioso dibujo que cumple estrictamente las leyes de la perspectiva y que tiene que ver con el interés y formación de Noain en el campo de la geometría y la perspectiva. Campo muy enlazado con la que ha sido tarea laboral del autor: la enseñanza del dibujo técnico en Secundaria. Y la base técnica por debajo del minucioso trabajo está presente en cualquiera de sus trabajos. Esto, unido al dominio del color y la representación de texturas y efectos lumínicos, es lo que lleva a esa mirada escrutadora por parte del espectador que admira el espectacular resultado.
Pero las obras de José Luis Noain –que puedes visualizar aquí– van mucho más allá del dominio de la técnica. Cada una de ellas, repleta de simbolismos, referencias y homenajes a distintos aspectos de la vida en general y de la historia del arte en particular, cuenta una historia o representa una composición característica del universo propio del artista. Algunas veces, incluso, lo consigue dotando a la obra de cierto tinte onírico y componiendo escenas sugestivas que, tras la observación de la pincelada precisa, nos permiten evocar momentos, sensaciones, atmósferas concretas. Son habituales las naturalezas muertas en las que Noain recoge objetos de su vida cotidiana, bien relacionados con su actividad como artista, bien asociados con su particular historia, entre los cuales a menudo introduce referencias a sus artistas favoritos. De ellos, no sólo queda la presencia a través de postales, de reproducciones de sus obras dentro de la propia obra, sino pequeños homenajes que se identifican en la composición o el tratamiento de la luz. Sé que el artista protestaría ante la comparación, reconociéndose a años luz de los mismos, pero algo hay de Vermeer, algo hay de Ingres, algo de Friedrich. Cuesta más rastrear a otros artistas que tanto le han influido como los más significativos representantes de la Escuela del Bidasoa o pintores como Solana o Velázquez. Y sin duda también la presencia constante de Antonio López, que le dio clases siendo alumno de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid y cuyo estudio pudo visitar bajo el privilegio de alumno aventajado.
En los aguafuertes, cuya compleja técnica ha ido siendo adquirida por Noain de forma autodidacta, reconocemos paisajes de Irun y Hondarribia, frecuentes también en sus óleos, junto con aquellos de Lisboa que se corresponden con sus seis años como profesor en el Instituto Español de la ciudad portuguesa. También hay rincones urbanos, por los que se deslizan personajes propios del folklore popular que acaban ocupando el espacio a modo de horror vacui. Son auténticos tratados de Antropología, (el Carnaval, el Olentzero, los Caldederos…) propios del universo de Caro Baroja, que forman parte de las vivencias del autor. No siempre son de carácter inocente, ya que algunas series son auténticas sátiras de la política de su momento.
Y para la que firma estas líneas es, además, la oportunidad de ver reconocido un trabajo que me ha acompañado desde mi infancia, en un hogar en la que, con padre y madre artistas, la visita a un museo o el pasatiempo de hojear las reproducciones de Boticelli o El Bosco en los libros de arte del salón, era algo habitual. O tener una pizarra en la habitación en la que el mismo artista de esta exposición iba trazando poco a poco un dibujo, mientras, de niños, le interrumpíamos con gritos intentando adivinar lo que iba a dibujar.
[…] Arco de Santa María. Dibujo de José Luis Noain […]