El mundo de Irène Némirovsky se tambaleó y desmoronó como la antigua Puteoli con su bradisismo. Esta fantástica escritora no llegó a ver la publicación de su aclamada obra, «Suite francesa».

Suite Francesa de Irène Némirovsky

Irène Némirovsky (foto: Kaggsy’s Bookish Ramblings)

Tienes una vida plácida, asentada, una hermosa familia y un trabajo apasionante. Eres una escritora de renombre en Francia y tu dura juventud, huyendo de forma precaria de la Rusia bolchevique, ha quedado atrás. Y sin embargo, no estás a salvo. El mundo se ha vuelto loco bajo el influjo de un asesino bajito y con bigote. Todas las referencias de humanidad, sensatez, respeto hacia el otro han quedado totalmente demolidas. Y a pesar de que eres católica, tus hijas son francesas y eres una ciudadana ejemplar, simplemente por la sonoridad de tu apellido, por el origen de tu familia, puedes ser apresada, arrancada de aquello que amas y encerrada en un campo de concentración donde terminarás encontrando la muerte. Da igual lo mucho que tu desesperado marido te busque, lo mucho que implore a las altas instancias para tener alguna noticia de tu paradero. A él también se lo tragará la tierra o, mejor dicho, el horror nazi. Y vuestras hijas, tan solo unas niñas, quedarán desprotegidas y abandonadas en un mundo de holocausto y miseria.

Como en un milagro de película de circunstancias increíbles, una maleta sobrevivió a la historia de dolor y holocausto. Una maleta que contenía en su interior el último manuscrito de Irène Némirovsky. Ubicado precisamente en la Francia ocupada, fue finalmente publicado en el año 2004, 60 años después de la muerte de la autora, bajo el título «Suite francesa«. Una obra maestra en la que varios personajes se van entrecruzando poniendo al descubierto lo más miserable de la condición humana. El libro, destinado a tener cinco partes, permaneció inacabado ofreciendo solamente las dos primeras, a pesar de lo cual es una obra coherente y completa. En la primera parte, «Tempestad en junio«, se va narrando la huida de varias familias del París recién ocupado por los nazis. Todos se dirigen al campo, en distintas condiciones, con distintos recursos, y el mazazo de la guerra y la ocupación les va igualando con un implacable rasero consiguiendo que aflore lo peor de cada uno de ellos. A más ricos, a más pudientes, mayor su egoísmo y falta de solidaridad con el prójimo. El implacable hacer del «sálvese quien pueda» irán arrasando a su paso todo lo que encuentre.
En la segunda parte, «Dulce«, la autora se centra en un pequeño pueblo ocupado por los alemanes, que se instalan a vivir en las casas de los lugareños, con una convivencia forzada y llena de contradicciones. Para algunos, el enemigo extranjero nunca dejará de ser tal cosa. Para muchos otros, la convivencia, la necesidad, la soledad irán haciendo mella, aprendiendo a reconocer en el invasor un ser humano como ellos mismos, una persona lejos de su hogar, de sus familias. En muchos casos, más sensibles y educados que sus convecinos franceses, conquistarán el corazón de los habitantes del lugar. E incluso surgirá el amor.

Irène escribió estas páginas durante la ocupación, poco tiempo antes de que fuera hecha prisionera. Me resulta difícil saber si pudo llegar a intuir la debacle que se avecinaba o ser consciente del peligro que se cernía sobre ella y su familia. Pero es increíble ver la mirada humana y sensible que proyecta sobre la situación. En «Suite francesa» es la miseria de la condición humana la que sobrevuela toda la obra, no la demonización del enemigo alemán. Los soldados nazis pueden ser tan malvados o tan generosos como cualquier otra persona. Se reconocen como seres humanos con todo lo bueno y todo lo malo que eso conlleva. Y el libro se convierte en una obra maestra por su capacidad de retratar lo que somos, de recoger el miedo e incertidumbre de una época terrible en la historia de la humanidad. De llevarnos de la mano sobre una realidad que, a pesar de lo cercana en el tiempo, resulta increíble vista desde nuestros días.