Recordado Cuma y el vuelo de Dédalo, me ha venido a la mente un pequeño articulito que escribí sobre un maravilloso yacimiento y sus mosaicos. Lo reescribo resumido. Vamos allá…
Zeugma
La Arqueología siempre ha estado rodeada por un halo de misterio, enigma y fascinación. La realidad del arqueólogo profesional es bastante más prosaica que la imagen que cine y literatura han proyectado. Pero, incluso así, y entendiendo la Arqueología como un conjunto de métodos y técnicas plenamente científicos, en ocasiones el azar interviene en los descubrimientos y el trabajo del arqueólogo incluye muchas veces ese componente de ilusión, búsqueda, sorpresa y emoción.
Zeugma
Creo que todos podríamos sentir esa emoción viendo el documental “Los últimos días de Zeugma”. Esta película recoge una excavación contra reloj, un rescate arqueológico de una ciudad greco-romana, llamada Zeugma, situada en el sudeste de Turquía, a orillas del río Eufrates. Los arqueólogos tuvieron que seleccionar cuidadosamente en qué áreas se había de excavar, ya que en muy poco tiempo la construcción de una presa 500 metros río abajo iba a provocar que las aguas inundaran los restos arqueológicos. La misión franco-turca comenzó sus trabajos en el año 1995, que se prolongaron durante cuatro años, plazo insignificante para unos restos de semejante magnitud.
Apurando los últimos días de trabajo, contando ya con máquinas excavadoras para facilitar la extracción de los siete metros de sedimentos que cubrían la ciudad, los arqueólogos encontraron una villa romana del s. III d. C. de gran riqueza: catorce estancias, cubiertas de frescos en las paredes y con mosaicos en los pavimentos. Esta es la escena que más recuerdo: de pronto, los arqueólogos comenzaron a verter muy despacio agua sobre el suelo y aquellos mosaicos, que hasta ese momento no eran más que unas diluidas figuras de color gris cubiertas por el polvo, volvieron de pronto a la vida. Al paso del agua asomaron rostros, figuras, animales, llenas de vivos colores, retornando de un pasado de casi dos mil años de antigüedad.
Los mosaicos de Zeugma, una vez revividos, aportaron mucho más que su propio valor artístico. Revelaron todo un programa iconográfico, una serie de personajes dispuestos en torno a la figura del dios griego Dionisio, dios del vino y del teatro. Y, como uno de los motivos principales de la decoración, apareció la representación de una de las leyendas más hermosas de la mitología griega: la leyenda del Minotauro y de cómo Pasífae, esposa del rey cretense Minos, quedó prendada de un toro con quien engendró al monstruoso Minotauro, y de cómo Dédalo y su hijo Icaro, construyeron un laberinto para encerrar al monstruo que finalmente mató el ateniense Teseo ayudado por Ariadna, hija de Pasífae y Minos.
Mosaico de Zeugma con la historia de Pasífae, Dédalo e Icaro
Zeugma, o mejor dicho, Seleucia del Eúfrates, es una ciudad que fue fundada en época helenística, hacia el año 300 a. C., por el monarca Seleuco I. La capital del reino Seléucida, herencia de las conquistas de Alejandro Magno, estaba situada en Antioquía y Zeugma adquirió un papel fundamental dentro de las rutas comerciales que comunicaban las tierras orientales con el Mediterráneo. En realidad comprendía dos asentamientos gemelos: Apamea, a un lado del río, y la propia Seleucia, justo enfrente. La ciudad cambió su nombre por el de Zeugma (en griego, puente o lazo) haciendo precisamente referencia a ese papel tan crucial en las vías de comunicación. Así como Apamea decayó a partir de la invasión de los partos hacia el año 100 a. C., Zeugma mantuvo su esplendor durante la época romana, momento en el que se asentó una legión en la zona que dio prosperidad al lugar, para desaparecer finalmente en el s. XI.
La riqueza histórico-arqueológica de las dos ciudades es espectacular. Frente al corto esplendor de Apamea, Zeugma contó con 1000 años de existencia, a lo largo de las épocas helenística, romana y bizantina. Los arqueólogos no pudieron estudiar en detalle los distintos edificios o restos, sino que tuvieron que centrar su objetivo en entender la historia de la ciudad y su urbanización. Zeugma, construida en una sucesión de terrazas, contaba con todos los elementos característicos de una ciudad helenística: el ágora o plaza pública, el teatro, el estadio, los templos, las murallas o un complejo sistema subterráneo de canalizaciones.
El documental de Zeugma, además de narrar el descubrimiento de la ciudad clásica y ayudar a comprender el trabajo de los arqueólogos, aportaba cierto grado de compromiso con la salvaguarda del patrimonio histórico y arqueológico, ya que denunciaba la destrucción de la ciudad. Una reflexión que llega hasta la actualidad cuando los realizadores de la cinta recogen también la destrucción del poblado actual: un documental sobre el pasado y su protección, pero también sobre las gentes y la cultura que hoy en día pueblan el territorio. Encontramos aquí otra de las funciones del cine documental arqueológico: la labor de defensa del Patrimonio. Tras la crecida de las aguas, Apamea quedó totalmente inundada, mientras que Zeugma, situada en una ladera, perdió una quinta parte de su superficie, correspondiente más o menos a 15 hectáreas. En estos casos en los que el patrimonio arqueológico se ve amenazado por distintas causas, ya sean naturales o antrópicas, el género del documental arqueológico puede ser la única forma de preservación de una serie de restos abocados a desaparecer. La última frase del documental es muy significativa a este respecto: “¿En nombre de qué futuro puede justificarse el sacrificio de la memoria?”.
Museo de los Mosaicos de Zeugma (foto: Moose and Hobbes)
Creo que “Los últimos días de Zeugma” cumple uno de los objetivos primordiales del cine arqueológico: ser válido e igualmente interesante tanto para arqueólogos como para profanos en la materia. En la difusión de la Arqueología, como en la de otras muchas disciplinas, es realmente difícil buscar el equilibrio entre un lenguaje exclusivamente académico y un lenguaje de divulgación que llegue al gran público. El formato audiovisualpuede ser una buena fórmula para conseguirlo. Es frecuente esa ruptura entre la Universidad, los investigadores, los congresos especializados y la gente interesada por la Historia y la Arqueología sin formación especializada. La Arqueología no tiene sentido si se queda encerrada en los laboratorios o en los foros especializados: ha de abrirse a la gente, ha de conseguir transmitir la fascinación por el pasado. La emoción ante el descubrimiento que menciona al principio… Pero, eso sí, sin permitir que la divulgación arqueológica pierda el rigor histórico y desvirtúe el pasado.
Deja tu comentario