En la ciudad romana de Pompeya, que ya ha sido protagonista de este blog, había siete necrópolis, una en cada una de las puertas de la ciudad, extramuros. En cada una de ellas se enterraban los habitantes de los barrios más cercanos y la mayor proximidad de las tumbas a las entradas iba asociada a un mayor estatus social.

La necrópolis de Porta Nocera en Pompeya

Un equipo de arqueólogos, dirigido por William Van Andringa, excavó en la necrópolis de Porta Nocera para entender la sociedad pompeyana a través de sus prácticas funerarias. Las necrópolis repartían su espacio a partir de concesiones a las distintas familias, que podían cambiar de manos, y que eran reguladas por la ciudad.
Uno de los monumentos funerarios en los que trabajaron los arqueólogos fue el de Vesonius, liberto -esclavo liberado- que construyó un mausoleo para él mismo, su antigua dueña Vesonia, y su mejor amigo, Morfellio. Los tres aparecen en el epígrafe funerario sobre el que se alzan sus estatuas. Pero las amistades pueden romperse hasta después de la muerte. Las tumbas en el mundo romano eran encargadas por su propietario tiempo antes de morir y de ahí que encontremos comportamientos como el siguiente: Vesonius añadió bajo el texto conmemorativo una tabula defictionis, es decir, una maldición en la que explicaba que había reñido con su amigo y se encomendaba a los dioses para que juzgaran, por encima del tribunal de los humanos, quién era culpable. Anuló su espacio funerario y dejó instrucciones para enterrarse sin aquel con el que había decidido compartir  la vida eterna. ¿Por qué mantuvo el epígrafe funerario y la estatua de Morfellio, a pesar de haberle expulsado del que iba a ser su compartido viaje al más allá? Probablemente la ley de los hombres le impedía intervenir sobre un espacio funerario regido por la ciudad y con su propia jurisdicción, de tal manera que tenía que respetar la tumba con la inscripción con los tres nombres y sus correspondientes estatuas, pero podía añadir una segunda lápida recogiendo la terrible venganza hacia la afrenta causada por el que había sido su mejor amigo.
¿No os parece que sólo para entender estas curiosas historias merece la pena estudiar latín?