El escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro (1954) saltó definitivamente a la fama cuando recibió el premio Nobel de Literatura en el año 2017. En realidad, ya era ampliamente conocido desde la adaptación al cine de su novela «Lo que queda del día» (1993), magníficamente interpretada por Emma ThompsonAnthony Hopkins bajo la dirección del también magnífico James Ivory. Pero pasemos a hablar con más detenimiento de esta exquisita novela.

«Lo que queda del día» de Kazuo Ishiguro

Probablemente, muchos de vosotros conocéis la película, pero no la novela o, como me pasó a mí, llegasteis al libro desde la película y no al revés. En cualquier caso, la lectura de «Lo que queda del día» (a veces también conocido como «Los restos del día«) es absolutamente recomendable, antes o después de ver la película.

La novela es un delicado y sutil relato sobre la vida de Stevens, un mayordomo británico a la vieja usanza, perteneciente a ese mundo condenado a desaparecer que recientemente muchos hemos disfrutado a través de la serie «Downton Abbey» y que ya era protagonista en la célebre serie de los años 70 «Arriba y abajo«. A través de la vida del mayordomo, iremos adentrándonos en ese complejo mundo de jerarquías y férrea disciplina de las casas nobiliarias inglesas.

Uno de los aciertos de Ishiguro, es relatar la historia de Stevens en primera persona: es su propia memoria, sus propios recuerdos, a veces certeros, a veces totalmente empañados por el paso del tiempo y por la neblina que todos ponemos a los momentos del pasado que nos incomodan, los que nos van narrando lo que ha sido la vida de este personaje. Stevens parte de viaje por la campiña inglesa y esos días de soledad le permiten ir rememorando lo que ha sido su vida, su trabajo, su relación con Lord Darlington, el señor de la casa, con su familia y, sobre todo, con Miss Kenton, la ama de llaves que trastoca su universo ordenado y estructurado. Totalmente entregado a la mansión en la que ha trabajado toda su vida, ha hecho objetivo de su existencia la servidumbre y lealtad absoluta hacia el señor de la casa, careciendo de vida y emociones propias. Por eso, absolutamente anulado por el sentido del deber, no es capaz de comprender y asimilar los sentimientos que despierta en él Miss Kenton. Y sólo el final de ese viaje de introspección, Stevens será consciente, en un último reencuentro con Miss Kenton, de lo que pudo haber sido y no fue.

La coherencia entre Stevens, el protagonista de la historia, y el contexto social e histórico en el que se coloca es perfecta: el ambiente opresivo y estricto de la nobleza inglesa es el marco ideal para una personalidad tan constreñida como la del mayordomo. Toda su vida se organiza en torno al concepto de la «dignidad» y cuando la mansión es vendida a un millonario norteamericano, comenzando de esta forma el desmoronamiento del mundo que él ha conocido, todo lo que ha sido a lo largo de su vida se pone en entredicho. Pero, ¿se arrepiente Stevens de haber renunciado a su esencia y emociones para entregarse a la búsqueda de la dignidad a través de su trabajo? ¡Esa conclusión os la dejo a vosotros, lectores!