Tradicionalmente nos han contado que el paso de la Edad Antigua a la Edad Media supuso una crisis en toda regla. También nos presentaban el Medievo como una época oscura, en la que se perdió el conocimiento atesorado durante la Antigüedad, y el saber y la cultura quedaron aislados en manos de un puñado de monjes.

La ascensión del Cristianismo como religión imperante relegó a los dioses paganos al olvido y la referencia del mundo clásico se esfumó hasta ser rescatada de nuevo en el Renacimiento.

De la Antigüedad a la Edad Media: ¿una ruptura radical?

Rómulo Augústulo, último emperador del Imperio Romano de Occidente (imagen: Wikimedia Commons)

Pero esta no fue la realidad, como bien llevan defendiendo la mayoría de los historiadores desde hace ya tiempo. Para empezar, cuando hablamos de la caída del Imperio Romano en el año 476 d. C., con Rómulo Augústulo como último emperador, nos estamos refiriendo exclusivamente a la parte occidental el Imperio. Ya desde su partición en el año 395 d. C., cuando el emperador Teodosio, antes de morir, dividió el Imperio en dos zonas, la zona oriental comenzó una andadura política independiente. Honorio y Arcadio, ambos hijos de Teodosio, se quedaron como mandatarios respectivos de la parte occidental y oriental. Cuando el Imperio Occidental cayó, la zona oriental continuó una próspera andadura que desembocó de forma natural en el Imperio Bizantino.

El Imperio Bizantino: ¿romanos o medievales?

Muchas veces son las divisiones que los historiadores realizamos para poder acotar los temas y épocas de estudio las que crean fronteras artificiales entre los distintos periodos de tiempo. El Imperio Romano Oriental y el Imperio Bizantino se sucedieron sin solución de continuidad, a pesar de que hoy en día aparecen separados en los programas de estudio. De hecho, ni siquiera su denominación es exacta. El nombre de «Imperio bizantino» fue acuñado por el historiador alemán Hieronymus Wolf en 1557, un siglo después de que el mismo hubiera desaparecido. El término se hizo popular a partir del s. XVIII, cuando fue popularizado por autores franceses como Montesquieu, y pasó a imponerse como nomenclatura habitual utilizada por los historiadores. Nomenclatura que, además, es realmente confusa, ya que la capital del «Imperio Bizantino» era Constantinopla, que llevaba siglos sin denominarse Bizancio, nombre que había recibido la colonia griega que el emperador Constantino rebautizó en el s. IV d. C. En realidad, ellos a sí mismos se definían y conocían como «Imperium Romanum».

¿Y qué pasó en Europa? Pues tres cuartos de lo mismo. Las llamadas tribus bárbaras que aprovecharon la crisis del Imperio Romano Occidental para hacerse con el poder no fueron tan bárbaras como nos han contado. Y en la mayoría de las ocasiones también se vieron a sí mismos como herederos del mundo romano. Es el caso de los visigodos en España o de los francos en la actual Francia. Tras la dinastía merovingia llegó la carolingia. Pero de su rey Carlomagno prefiero hablaros en el próximo post…

Mientras tanto, ya que hablamos de Antigüedad y Edad Media, ¿os apetece repasar las diferencias entre arte romano y arte románico?