Leos Carax es un director que no deja indiferente. Entre su primera película, “Chico conoce chica“, ópera prima que rodó con tan solo veinticuatro años, hasta la última, “Annette“, de este año 2021, solo se interponen cuatro películas más. La más conocida de todas, “Los amantes del Pont Neuf” fue uno de los éxitos del cine francés de comienzos de los 90. Tras la delirante “Holy Motors“, que confieso no consiguió atraparme, han transcurrido casi diez años hasta presentar esta última película que, a decir de muchos, entre los que yo me incluyo, es una obra maestra.
“Annette” no solo fue la película que inauguró el pasado Festival de Cannes, sino que además Carax ganó la Palma de Oro a la mejor dirección. No es de extrañar, ya que este musical, de estilo inclasificable, es una obra complejísima, rodada tanto al aire libre, como en teatros de verdad y escenarios creados específicamente para la película, como el barco en el que la familia protagonista es embestida por una terrible tormenta.
Una narración especial
Desde los primeros segundos, sabemos que estamos ante una obra diferente. Una voz en off interpela a los espectadores para que presten toda su atención a lo que van a ver durante las dos próximas horas. Entramos después en un estudio de grabación, en el que el propio Leos Carax hace un cameo, y mientras los músicos afinan sus instrumentos. Ofreciendo una peculiar sintonía entre sonido e iluminación, nos vamos adentrando en el primer número musical: no ha empezado la historia; son los actores y actrices protagonistas los que nos dan la bienvenida, mirando frontalmente a la cámara, es decir, a nosotros.
Adam y Marion
¿Y quiénes son ellos? Uno de los grandes aciertos de la película son los intérpretes, empezando por Simon Helberg, al que todavía nos cuesta diferenciar de su personaje cómico, Wolowitz, en Big Bang Theory, aunque ya demostró sus dotes como actor, pianista y cantante en “Florence Foster Jenkins”, acompañando al piano a Meryl Streep. Marion Cotillard, reciente Premio Donosti del Zinemaldia, está espléndida, especialmente en las escenas en las que la vemos actuando como cantante de ópera. Y qué decir de Adam Driver, uno de los más grandes talentos del cine actual, que, además de ser el protagonista, ejerce de productor.
La música, protagonista indiscutible
La banda sonora, a cargo de Sparks, repleta de canciones inolvidables, lleva todo el hilo conductor de la película. Los actores cantan en directo en todas las escenas y su talento innegable no nos sorprende después de haber visto a Marion Cotillard como Edith Piaf o la maravillosa escena en la que Adam Driver canta a Scarlett Johansson en “Escenas de un matrimonio”. Otra escena musical extraordinaria es aquella en la que vemos a Helberg, en su papel de director de orquesta, dirigiendo un ensayo e intercalando su labor como conductor con sus reflexiones personales que lanza en voz alta, con un movimiento de cámara de 360º espectacular.
Muchos datos técnicos para lo que en realidad es una película que atrapa desde el corazón. La trágica evolución de Henry -Adam Driver-, que, a partir de su primer fracaso como monologuista, pierde la capacidad de amar a su esposa y a su hija, se plasma, como una terrible imagen premonitoria, en la siguiente escena: Henry y Ann están paseando por el campo, interpretando la más bella canción de toda la película. Nada interrumpe su felicidad, están solos en el mundo. Y en ese plano idílico, de pronto la cámara les filma desde atrás, y la espalda de Adam Driver ocupa, durante unas milésimas de segundo, toda la pantalla. Vemos entonces un primer plano de sus manos, se acerca por detrás para abrazar a Ann, pero, mucho antes de que sepamos el trágico final de la historia, estas adquieren un aspecto sospechosamente amenazador. Todo dicho en una imagen. Como debe ser en el gran cine.
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