Isabel de Francia
Las connotaciones peyorativas que tiene el epíteto de “La Loba” no dejan lugar a dudas: Isabel de Francia ha pasado a la historia como una mujer ambiciosa que destronó a su marido, el rey de Inglaterra, y usurpó el gobierno de su hijo, todo ello motivado por las ansias de poder y apoyado en una relación adúltera con Sir Roger Mortimer.
Pero, como ha venido siendo tan habitual en las interpretaciones históricas, este tipo de valoración en torno a una mujer se aleja mucho de la realidad y no es más que una forma de desprestigiar a una reina que supo adelantarse a su tiempo, enfrentándose a todo tipo de adversidades para mantener su posición en el trono de Inglaterra y velar por el interés de su familia.
Una biografía apasionante
Isabel de Francia, hija de los reyes Felipe IV el Hermoso y Juana de Navarra, y, por tanto, miembro de la dinastía Capeta, nació a finales del s. XIII, en un momento crucial para la Europa medieval, que veía cómo paulatinamente se iba desintegrando el régimen feudal para ser sustituido por las grandes monarquías europeas.
Fue destinada desde muy joven a formar parte de una alianza política: la que debía darse entre Francia e Inglaterra, dos potencias emergentes con intereses enfrentados. Con tan solo doce años, se casó con el rey inglés, Eduardo II Plantagenet, siendo coronada, a los pocos días, como monarca de Inglaterra, país que, a partir de aquel momento, se convirtió en su nuevo hogar.
La vida de Isabel estuvo repleta de acontecimientos singulares: en su papel de reina y esposa, tuvo que enfrentarse a los desplantes de los favoritos del rey; se vio envuelta en primera línea en el eterno conflicto con Escocia; viajó en varias ocasiones a Francia, ejerciendo incluso como diplomática entre su país natal e Inglaterra; fue parte activa en el llamado escándalo de la Torre de Nesle, que supuso una auténtica crisis para la dinastía Capeta; y se levantó en armas contra la tiranía de Hugh Despenser, uno de aquellos favoritos que llegaron a ejercer tan nociva influencia sobre Eduardo. Fue hija y hermana de hasta cuatro reyes de Francia, y, al mismo tiempo, esposa y madre de reyes ingleses. No hay duda de la intensidad de su trayectoria vital, pero ¿qué hay de cierto en las argumentaciones que hacen de ella una mujer digna de un epíteto como “La Loba”?
Isabel en las fuentes históricas
Existen varias fuentes históricas, que versan sobre la historia de Inglaterra y sus reyes, en las que Isabel aparece mencionada. En estos textos se demuestra que la reina fue admirada por sus contemporáneos, que la presentaban no solo como una de las mujeres más bellas de su época, sino como una esposa leal, con dotes diplomáticas, que constituía un modelo de virtud para sus coetáneas.
El cronista medieval Godefroy de París quedó epatado por su belleza cuando la reina visitó París en 1313, contando entonces con diecisiete años. En la “Vita Edwardi Secundi”, una crónica en latín de un autor desconocido que vivió de primera mano los hechos descritos, la reina aparece citada en innumerables ocasiones. Es el texto histórico más completo sobre el reinado de Eduardo II y en él Isabel aparece retratada como una mujer notable, destacando por ser la hija del rey de Francia y la futura madre de Eduardo III.
La transformación de su figura
¿Cuándo se transformó esta imagen ideal en la de una mujer ambiciosa, adúltera y cruel? En realidad, Isabel no fue conocida como “La Loba de Francia” hasta 1757, cuatro siglos después de su fallecimiento, cuando fue bautizada de tal manera por el poeta Thomas Gray. Gray cogía el testigo de una nueva versión de Isabel, surgida de la breve pero incisiva descripción del cronista medieval Geoffrey le Baker cuya obra resultaba ser, en realidad, una hagiografía de Eduardo II. La reina tampoco salía bien parada en la obra de teatro “Eduardo II”, escrita por Christopher Marlowe y publicada en 1594. Fue el inicio de la leyenda negra que se forjó en torno a su figura y que acabó por imponerse tanto en la historiografía como en la ficción.
En versiones contemporáneas, como “La Loba de Francia”, quinta novela de la afamada serie de Maurice Druon, “Los reyes de Francia”, o en el cómic “Isabel: la reina de Francia” de Gloris y Calderón, aparece definida sobre todo por las humillaciones sufridas por su marido y por la apasionada historia de amor con Sir Roger Mortimer, el noble galés con el que gestó un pacto de carácter político y militar. La visión de una mujer preparada para reinar que intenta oponerse a los delirios de su marido, para velar por los intereses del país y del heredero al trono, queda desdibujada. En otras versiones, no solo no se reivindica su importancia histórica, sino que se distorsiona su figura, como es el caso de la película “Braveheart” donde Isabel es una bellísima Sophie Marceau, enamorada del héroe escocés William Wallace, a pesar de que nunca llegaron a conocerse.
Una imagen controvertida
Todo esto contribuyó a forjar, el mito de una mujer manipuladora y vengativa, a la que comenzaron a atribuírsele decisiones de las que no hay constancia histórica, como el asesinato de su propio esposo para proteger sus intereses personales. Aunque es cierto que Isabel acabó levantándose en armas contra su marido, no hay motivos para pensar que fuera la instigadora de su muerte, o ni siquiera para pensar que su matrimonio fuera desgraciado. La correspondencia entre ambos está repleta de fórmulas de cortesía que no dejan ver el más mínimo resquemor. Tampoco hay que olvidar que tuvieron cuatro hijos y realizaron numerosos viajes juntos a lo largo y ancho del país.
Otro de los elementos que más ríos de tinta ha suscitado es su relación con Sir Roger Mortimer: en muchos de los textos históricos y literarios, se da por hecho que la reina y el noble fueron amantes, cuando en realidad no hay ninguna prueba histórica fehaciente que así lo demuestre. Es posible que tuvieran una relación más allá de la alianza política, pero la certeza de que fuera así parece responder más a una visión romántica proyectada desde el s. XIX que a la realidad histórica.
La idea de que Mortimer le descubrió por primera vez en su vida el amor pasional, liberándola de un matrimonio desdichado, no parece encajar con las noticias que se tienen sobre la convivencia con su esposo el rey, incluso asumiendo la pco grata presencia de sus favoritos. Conviene recordar también que en el juicio al que fue sometido Mortimer lo acusaron de traición a la corona por diversos motivos, pero la reina no apareció mencionada en ninguno de ellos. Más allá de que pudieran tener o no una relación amorosa o sexual, se trató de una alianza de carácter político.
Otro episodio oscuro en la biografía de Isabel fue el llamado Escándalo de la Torre de Nesle, que causó la caída y el desprestigio de sus dos cuñadas. Fue la envidia lo que supuestamente llevó a Isabel a denunciarlas por adulterio, cuando en realidad era una acción exclusivamente dirigida a proteger los intereses dinásticos de la familia Capeta, en un momento en el que la legitimidad en la descendencia real era de vital importancia.
A todos estos hechos que han ido configurando al personaje -y no la persona- hay que introducirles los necesarios matices. Isabel, durante mucho tiempo, destacó por sus dotes diplomáticas y pacificadoras. Fue enviada a Francia para establecer un acuerdo que pusiera fin a la eterna disputa por la Gascuña, único territorio que Inglaterra poseía en el continente. También fue la responsable de la paz firmada con Escocia, tras interminables años de continuos enfrentamientos. Fue una estratega en tejer alianzas, como demostró el matrimonio que pactó entre su hijo Eduardo y Felipa de Henao, y el de su hija Juana de la Torre con el heredero escocés
Se interesó por la lectura y la música, se rodeó de muebles, vestimentas y joyas exquisitas, fue una devota cristina, con frecuentes peregrinaciones al monasterio de Canterbury, donde visitaba la tumba de Thomas Becket, y destacó por sus obras de caridad. Todo esto parece claramente alejar a la Capeta de esa imagen de femme fatale a la que nos hemos acostumbrado.
¿Qué pensamos de Isabel hoy en día?
Afortunadamente, una revisión de su persona y del papel histórico que jugó se ha venido gestando en los últimos años. Autoras como Helen Castor o Kathryn Warner han llevado a cabo una relectura de los hechos históricos, cuestionando muchos de los episodios y comportamientos que le habían sido atribuidos. Han reivindicado su papel como reina gobernante y mediadora política, sin caer en el extremo contrario de ensalzar su figura de manera exagerada, como ocurría en algunos de los textos de las últimas décadas que la habían transformado en una mujer víctima de la violencia y el desprecio de su marido, a la que arrebataron sus hijos y que se empoderó rebelándose contra la opresión.
No podemos leer las fuentes medievales desde nuestra mentalidad contemporánea y de ahí la importancia de interpretarlas de la manera más contextualizada y exacta posible. Como Warner señala, tenemos que dejar de verla como la mujer maléfica y depravada que algunos autores se esforzaron en recrear, sin caer en la idea de una heroína que se rebeló contra la injusticia tras ser rescatada por un caballero de brillante armadura. Fue un personaje mucho más complejo y fascinante que el que presentan estas dos imágenes estereotipadas.
Isabel ha sido una de las mujeres más importantes en la historia inglesa, pero, además, su trascendencia en la historia de Europa es indiscutible. Su matrimonio con Eduardo II hizo que dos de las dinastías más importantes de la Europa medieval se unieran: los Capetos de Francia con los Plantagenet de Inglaterra. El hecho de que Isabel fuera de origen francés fue lo que motivó las reivindicaciones de su hijo Eduardo III al trono de Inglaterra, lo que causó el conflicto de la Guerra de los Cien Años, probablemente la contienda más destacada de la Europa medieval e, indiscutiblemente, la más larga. Es hora de reivindicar su importancia histórica, recordando su papel como mediadora y gobernante, y liberándola de la leyenda negra que ha empañado su figura.
El texto que acabas de leer forma parte de la introducción de la biografía novelada “Isabel de Francia”, publicada en la colección “Mujeres Poderosas” de la editorial RBA y escrita por María José Noain Maura. El libro puede adquirirse a través del siguiente enlace.
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