Salvador Dalí fue el más reconocido pintor del surrealismo. Este movimiento artístico y literario, que se desarrolló en París en la década de los años 20, fue iniciado por André Breton y contó entre sus filas con algunas de las personalidades artísticas más relevantes del s. XX. Una de ellas es la figura del fotógrafo estadounidense Man Ray (1890-1976), cuyo auténtico nombre era Emmanuel Radnitzky y que, tras formar parte del dadaísmo, fue miembro fundador del movimiento surrealista.
Man Ray
Algunas de sus fotos se han convertido en iconos de la historia de la fotografía, como es el caso de «El Violín de Ingres» (1924), imagen en la que la modelo, Kiki de Montparnasse, posa al estilo de las odaliscas del pintor francés. La foto es todo un alarde de poesía visual, ya que por un lado rinde tributo a las famosas odaliscas de Ingres y al cuerpo de la mujer, que en este caso rememora la geometría de un violín, mientras por otro recuerda que Ingres era un virtuoso de este instrumento.
Pero aunque Man Ray ha pasado a la historia como fotógrafo, también le debemos una importante contribución cinematográfica. Su inmersión en el cine tuvo que ver con la realización de varios cortometrajes que seguían la estela de los principios del surrealismo. De 1926 es «Emak Bakia«, que, sin un guión entendido convencionalmente, presenta una sucesión de sugestivas formas en movimiento, entre las que reconocemos imágenes convencionales entremezcladas con imágenes abstractas, que conjugan distintas técnicas fílmicas. El propio autor lo definía como «cinepoema». El título del cortometraje, que en euskera quiere decir «déjame en paz», es en realidad el nombre de una villa a orillas del mar en la localidad de Bidart, junto a Biarritz, en el País Vasco francés, donde Man Ray veraneaba y donde rodó la película, financiada por un broker estadounidense. Aquí la tenéis:
La nueva Emak Bakia
La película «Emak Bakia» nos lleva directos a otra producción de título casi idéntico, «Emak Bakia!», pero esta vez del año 2012. Se trata del primer largometraje de Oskar Alegría que, tomando como punto de partida la búsqueda de la casa donde realizó Man Ray su cortometraje, filma otro poema visual que arrastra al espectador por una sugestiva historia que desembocará en la villa, tras un auténtico ejercicio laberíntico en el que todo termina por converger. Por la película, según se va llevando a cabo la búsqueda de esta mansión misteriosa sobre el mar, desfila una princesa rumana, el cenotafio de un payaso, mujeres durmiendo, nombres propios de casas que acaban construyendo un poema o las múltiplas acepciones de «Emak Bakia». Entrevistas a Bernardo Atxaga o Ruper Ordorika contribuyen a ir rellenando las lagunas de esta curiosa expresión, le película de Man Ray y la casa del mismo nombre. Todos estos elementos que, así descritos, parecen totalmente inconexos, tejen en realidad un guión exquisito que enlaza a Man Ray con el presente y nos ofrecen un viaje, a modo de documental, siguiendo los saltos de una liebre.
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