
Sigamos en Viena y sigamos con cine. Y para ello vamos a escoger la película «La Dama de Oro» (Woman in Gold, 2015), una buena forma de recordar el arte y la historia de esta hermosa ciudad. En 1907 el pintor vienés Gustav Klimt realizó un retrato a Adele Bloch-Bauer. El cuadro participa de las características más habituales de la obra del artista secesionista: un dibujo preciso y un retrato realista que se recorta sobre el preciosista vestido de Adele y el fondo del cuadro, todo en oro. El color favorito de Klimt, el dorado, es el que da el sobrenombre al retrato, también conocido como la Dama de Oro.
La historia de los Bloch-Bauer
Adele Bloch-Bauer pertenecía a la burguesía vienesa y fue retratada por Klimt en dos ocasiones. Indicó en su testamento que, a su muerte, los cuadros de Klimt en su posesión fueran donados a la Galería Belvedere, propiedad del estado austriaco. Adele murió prematuramente en 1925 y sus retratos quedaron en posesión de su viudo. La familia, de origen judío, fue perseguida durante la ocupación nazi y su esposo se exilió a Suiza. Sus propiedades fueron confiscadas por los nazis, a pesar de que en su testamento legaba sus posesiones a sus sobrinos y sobrinas, entre los que se encontraba Maria Altmann, exiliada a su vez a los Estados Unidos.
La película «La Dama de Oro»
Cuando Maria Altmann se enteró de que las obras de arte confiscadas por los nazis estaban siendo devueltas en muchos casos a sus legítimos propietarios, emprendió una batalla legal para recuperar los cuadros que habían pertenecido a su tía. Este proceso legal es el que se nos narra en la película «La Dama de Oro» (dirigida por Simon Curtis) en la que una impecable Helen Mirren interpreta a Maria Altmann y Ryan Reynolds personifica al abogado que defendió la causa y que, curiosamente, era nieto del compositor Arnold Schönberg. En la película se van alternando las vicisitudes del juicio con flashbacks en los que se nos recrea la infancia y juventud de Maria, la realización del retrato de su tía y la ocupación nazi de Viena.
Tras un largo proceso, se determinó que los cuadros volvieran a la familia Bloch-Bauer pasando a posesión de Maria Altmann, que optó por vender el retrato de Adele a la Neue Galerie de Nueva York, en vez de dejarlo en su ubicación original, la Galería Belvedere de Viena. La venta, que se produjo en el año 2006, hizo en su momento del cuadro de Klimt la segunda pintura de mayor valor de todo el mundo.
Es fácil posicionarse a favor de Maria o de su alter ego, Helen Mirren, en la película que le da vida. Nada puede parecer más legítimo que devolver el arte confiscado a las familias propietarias. Pero tras ver la película, me quedé con una sensación contradictoria… Adele había defendido que las pinturas pasaran a un museo público nacional en la misma ciudad en la que Klimt las había realizado. Y hoy en día, si queremos contemplar esta bellísima obra, tenemos que visitar un museo privado en Nueva York en vez de un museo público en Viena. ¿Qué os parece el resultado de esta historia?
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