En el s. XIX, un comerciante alemán, de nombre Heinrich Schliemann dedicó su juventud a enriquecerse y estudiar historia e idiomas y su madurez a dar buen uso a su dinero y sapiencia. Obsesionado con la Grecia antigua, era firme partidario de que los lugares y personajes de los libros de Homero, la “Iliada” y “La Odisea“, escritos en el s. VIII a. C., eran históricos y no legendarios. No le faltaba razón, aunque sus métodos de excavación no fueran muy ortodoxos. Tras descubrir Troya en la colina de Hirssalik, en Asia Menor, Turquía, partió a Grecia en busca de Micenas, la ciudad enemiga de Troya, patria de los reyes átridas, ¡y la encontró!
El Juicio de Paris
Cuando Hera, Afrodita y Atenea convocaron al bello Paris, para que eligiera cuál de las tres diosas era la más hermosa, no sospechaban a dónde llevaría su disputa. El joven troyano eligió a Afrodita, no en vano la diosa del amor y la belleza, y ésta le entregó como trofeo a Helena, esposa de Menelao. Los nobles micénicos no iban a permanecer impasibles ante semejante atropeyo y así se inició la más mítica de las guerras, protagonizada por Aquiles, Agamenón, Héctor, Ayax y Patrocolo. Y por Odiseo, más conocido como Ulises, que tantas aventuras protagonizó para regresar a su hogar, donde le esperaban su esposa Penélope y su hijo Telémaco. El pobre Agamenón tuvo menos suerte al volver a casa. Murió asesinado en manos de su esposa Clitemnestra y su amante Egisto. Orestes y Electra vengaron después la muerte de su padre, pero esa es otra historia.
Las excavaciones de Heinrich Schliemann
Cuando Schliemann comenzó a excavar en Micenas, identificó cada hallazgo con los nombres legendarios que poblaban su cabeza. En tres monumentales tumbas de tholos y dromos creyó encontrar los sepulcros de Atreo, padre de Agamenón, Climtenestra y Egisto. En los enterramientos del círculo A, la tumba de Agamenón y su famosa máscara.
Poco importa qué reyes o nobles estuvieron realmente enterrados allí. El Tesoro de Atreo, de proporciones imposibles, mantiene su magia hasta lleno de turistas. La muralla ciclópea de Micenas, la Puerta de los Leones, el Palacio Real con su mégaron, el Círculo A y el Círculo B, transmiten una energía sólo equiparable al Partenón. Micenas es magia y fuerza. Se vuelve inmensa entre montañas pobladas de olivos y pinos. Grita a los cuatro vientos que es el origen del mundo clásico y, por tanto, de todos nosotros. Acoge al visitante entre sus muros y le deja soñar.
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