El arte gótico
«Este orden ha sido abandonado por nuestros buenos artistas por considerarlo monstruoso, bárbaro y sin ninguna armonía, y en vez de orden debería llamarse confusión y desorden. Este estilo fue inventado por los godos. Quiera Dios librar a los pueblos de caer en el error de concebir tales edificios, que por su deformidad y por carecer en absoluto de la belleza de nuestros órdenes no son dignos de que los describamos“.
Aunque hoy en día nos parezca mentira, el artista renacentista Giorgio Vasari utilizó esta descripción para definir el arte gótico, es decir, el arte propio de los godos. Tuvo que llegar el Romanticismo del s. XIX para revalorizar este estilo característico de la Baja Edad Media europea y abandonar la mirada despreciativa con la que se había evaluado hasta ese momento.
También en el s. XIX, de la mano del arquitecto y restaurador Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc (1814-1879), se gestó una visión historicista del gótico, entendido como un nuevo estilo producto de una serie de innovaciones arquitectónicas que las mentes del románico no habían sido capaces de pergeñar. En palabras de Viollet-le-Duc, «En la arquitectura gótica no encontraremos elemento, por pequeño que sea, que no haya sido impuesto por una necesidad constructiva; y la variedad de las estructuras góticas se debe a que las necesidades a satisfacer eran también numerosas y variadas».
Es decir, ante una serie de necesidades arquitectónicas, como por ejemplo el aumento en el tamaño de las iglesias, los arquitectos medievales dieron con una serie de soluciones técnicas que permitieron el avance del primitivo arte románico hacia la grandiosidad del gótico.
Las innovaciones arquitectónicas del arte gótico
Este conjunto de innovaciones tenía su base en el paso del arco de medio punto al arco ojival, también conocido como arco apuntado. Esto suponía una auténtica revolución, ya que mientras el arco de medio punto dejaba todo su peso sobre la dovela o piedra central, el arco ojival repartía las fuerzas de la estructura, permitiendo un sistema constructivo totalmente distinto y absolutamente innovador. Una consecuencia directa fue el abandono de las bóvedas de medio cañón y las cúpulas semiesféricas, para comenzar a utilizar las bóvedas de crucería, generadas mediante la prolongación longitudinal de un arco ojival.
El reparto del peso obtenido mediante el nuevo procedimiento permitía sostener el alzado y la cubierta del edificio sobre una estructura conformada por los arcos y los nervios, en la que los muros y los techos podían aligerarse, ya que no cumplían la función de soportar todo el edificio.
Las fuerzas no caían sobre los pesados contrafuertes externos del románico sino sobre los arbotantes, unos arcos exteriores que recogían la fuerza estructural para proyectarla hacia los botareles, pilares externos que conformaban una especie de esqueleto externo que fue poblándose de pináculos, gárgolas y otros elementos decorativos. La ligereza de los muros tuvo a su vez otra consecuencia primordial: las paredes pudieron perforarse, abriéndose grandes ventanales que se cubrían con hermosas vidrieras. No solo había cambiado la estructura arquitectónica de la iglesia, sino que también su interior se había transformado de una manera radical, permitiendo la entrada de la luz, bellamente coloreada por los vivos tonos de los cristales de las vidrieras.
La catedral gótica había nacido.
Pero, ¿no deberíamos preguntarnos qué propició todos estos cambios? ¿Fueron una serie de felices hallazgos que se produjeron de repente o existió un contexto histórico que favoreció su aparición? Para responder a estas respuestas habrá que esperar al próximo post…
Muchas gracias.
Lo he leído muy a gusto.
Muchas gracias.
Hola Mariajo,
A propósito de la clase de ayer y los comentarios que hice sobre Mary Beale, he localizado la página web https://www.draperconservation.com. Se trata de un enlace a la tesis doctoral de Helen Draper: Mary Beale and her ‘paynting room’ in Restoration London (2020). En esta misma página tienes otras publicaciones de la autora, entre ellas la que habla de la pintura de los albaricoques. Un abrazo, Txaro
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