237. Las Guerras Carlistas
Hondarribia, las Guerras Carlistas y el Arte

Hondarribia. Henry Wilkinson
La firma del Tratado de los Pirineos en 1659 trajo cierta paz a Hondarribia, siempre punto neurálgico de tantas contiendas políticas y bélicas. Fue también el inicio de su declive como plaza fuerte, ya que su importancia militar fue siendo reemplazada por la posición de San Sebastián y de Irun. Aun así, no se libró de otros dos asedios que tuvieron lugar en el s. XVIII: el de 1719 fue consecuencia de la Guerra de Sucesión Española y formó parte de la llamada Guerra de la Cuádruple Alianza, mientras que el de 1794, último asedio que sufrió la ciudad, tuvo que ver con la Guerra de la Convención.
Las Guerras Carlistas
En el siglo XIX la geopolítica europea había cambiado totalmente y nuestra región pasó a verse afectada por luchas internas como fue el caso de las Guerras Carlistas. Aunque el motivo que desencadenó el conflicto fue la sucesión al trono de Fernando VII tras su muerte en 1833, en realidad era un enfrentamiento que respondía a una tensión latente entre dos facciones con distinto perfil social, político e ideológico. Los partidarios de Isabel II, hija y legítima heredera de Fernando VII, conocidos como liberales o cristinos, reclamaban un gobierno constitucional, mientras que los defensores de Carlos María Isidro de Borbón eran de carácter conservador.
La Primera Guerra Carlista
La Primera Guerra Carlista, iniciada en 1833, afectó a las potencias europeas hasta el punto de que Gran Bretaña, de la misma manera que hicieron Francia y Portugal, decidió apoyar la revolución liberal y envió tropas británicas, compuestas por unos 10.000 soldados, que se pusieron al servicio del bando cristino. La guerra finalizó en 1839 con el Convenio de Bergara y el triunfo del bando liberal, aunque los conflictos se prolongaron en algunas zonas hasta 1840.
Curiosamente, las evidencias gráficas más interesantes de la Primera Guerra Carlista en nuestro territorio son los que llevaron a cabo algunos de estos militares británicos que viajaron hasta la península. Lo común era que realizaran dibujos o acuarelas del natural, captando tanto episodios bélicos como imágenes de la vida cotidiana, que luego convertían en litografías a su regreso a Gran Bretaña. Constituyen un testimonio extraordinario ya que aportan información sobre cómo se produjeron enfrentamientos como el que tuvo lugar en Irun, a la par que ilustran y documentan las armas, los uniformes de ambos bandos o escenas costumbristas de las localidades por las que fueron pasando.
Grabados de la guerra. Thomas Lyde Hornbrook

Hondarribia. Thomas Lyde Hornbrook
Los grabados más interesantes son los que llevó a cabo Thomas Lyde Hornbrook (1808-1855), un militar inglés, oficial de la Legión Auxiliar Británica. Thomas, junto a su padre Richards (1783-1856), capitán de la Marina Británica, fue recogiendo de primera mano los acontecimientos que observaron, entre los que se encontraba la toma de Irun y Hondarribia.
Tras su regreso a Londres, Thomas publicó allí Twelve views in the Basque Provinces illustrating several of the actions in wich the British Legión was engaged with Carlist Troops, libro que incluía una serie de cuatro litografías que describían la conquista de Irun de 1837, con la que el ejército británico, encabezado por el general Sir George de Lacy Evans, arrebató la ciudad al bando carlista, saqueándola tras su toma.
Desde inicios de la contienda, Irun se había declarado a favor de los carlistas. Tras su caída, Hondarribia capituló tan solo un día después sin ofrecer resistencia, hecho que contrastaba con el infructuoso intento de tomar la villa que, un año atrás, había conducido a un estrepitoso fracaso de las tropas británicas que no consiguieron hacerse con la plaza.
Las imágenes de Hornbrook, de gran valor documental, se completaban con dos bellas ilustraciones de Hondarribia. En la primera, la protagonista es la calle Mayor, llena de gentes que ocupan la vía, en la que podemos reconocer el Ayuntamiento, el Palacio Casadevante o, por supuesto, la fachada de la iglesia. Dos elegantes mujeres, con peineta y mantilla, aparecen en primer plano, mientras a la derecha vemos un puesto de verduras. Es una escena cotidiana llena de vida en la que destacan los espléndidos balcones y sus artesonados de madera. En la segunda imagen, el característico perfil de la villa, con la torre de la iglesia, se recorta en una vista sacada desde la bahía, en la que se vislumbran las ruinas de la Lonja del Puntal.
Henry Wilkinson
El segundo autor que dejó constancia del aspecto que tenía Hondarribia en la primera mitad del s. XIX fue Henry Wilkinson. No se conocen muchos datos biográficos, pero sí sabemos que fue médico de la Legión Británica, alistándose en 1835 como cirujano en el 5º Regimiento, del que pasó al cuerpo de los Granaderos Escoceses y, finalmente, en 1837, al Estado Mayor de la Legión Auxiliar Británica, precisamente la que recaló en nuestra región.

Hondarribia. Henry Wilkinson
Los testimonios recogidos por Wilkinson no se limitaron a los dibujos, después reconvertidos en litografías, como había hecho Hornbrook. En su libro Sketches of Scenery in the Basque Provinces of Spain, publicado en 1838, aportaba interesantísimas descripciones y, curiosamente, atesoraba partituras locales que respondían a su faceta como músico aficionado. Son dos las litografías que de Hondarribia realizó Wilkinson. En blanco y negro, muestran delicadas texturas con las que recrea el cielo y las aguas. En una de ellas, dibujada desde Amute, reconocemos el Convento de Capuchinos, la silueta del casco histórico y, al fondo la derecha, las Gemelas.
Así describía el propio Wilkinson su creación, que hacía referencia al primer intento fallido de toma de la ciudad: “Representa el Puente y el Convento de Capuchinos, a, más o menos, media milla de distancia de la ciudad antigua. Este puente fue el escenario de un corto pero desesperado conflicto, con un primer avance de Evans sobre la ciudad, entre, por un lado, dos compañías del 6ª Regimiento Escocés, dos del Real Irlandés, y treinta o cuarenta Chapelgorris, [tropas francas liberales], y, por otro, un sólido cuerpo enemigo”.
La otra litografía nos lleva al otro lado del casco histórico, con una escena registrada desde un inexistente todavía barrio de la Marina, con Peñas de Aia al fondo. Una tercera litografía, bellísima, muestra una imagen completa de la bahía de Txingudi. Realizada con primor y detalle, es un testimonio de gran importancia documental y, al mismo tiempo, valor artístico.
Afortunadamente, no todo era guerra y sufrimiento en el relato de Wilikinson. También el arte tenía cabida: “La iglesia de Fuenterrabía posee uno de los más bellos interiores que he visto en todo el norte de España. El hermoso dorado del altar y del retablo, las figuras talladas, la noble techumbre, las largas naves repletas de esculturas de aspecto salvaje, vistas desde el melancólico efecto de una tenue luz religiosa, que habría causado las delicias de Rembrandt”.
ESTE ARTÍCULO HA SIDO ESCRITO PARA LA REVISTA DE HONDARRIBIA, EN LA QUE SE PUBLICÓ, EN EUSKERA, EN EL Nº 400 (marzo de 2025)










