238. Los sumerios y el estandarte de Ur

Los sumerios

Estatuillas sumerias

Estatuas votivas sumerias (c. 2900-2600 a. C.), Templo Cuadrado en Eshnunna

La civilización sumeria fue una de las más fascinantes y enigmáticas de la Antigüedad, y a ella le debemos la que ha sido, probablemente, la mayor invención de la humanidad: la escritura. Situada en las proximidades del Golfo Pérsico, la cultura sumeria se organizó en ciudades-estado, cada una de ellas con una dinastía de gobernantes propios y, por tanto, independencia política. A pesar de no llegar a formar un estado unificado, los sumerios compartían una cultura común, que incluía el mismo idioma, la misma religión y el mismo tipo de creaciones artísticas. Desarrollaron un arte característico, que incluía una arquitectura monumental, pequeñas figurillas de sus gobernantes y sacerdotes, y objetos cotidianos de una belleza inigualable. Algunos de los más preciosos aparecieron en las Tumbas Reales de la ciudad de Ur.

Leonard Woolley, infatigable arqueólogo

Es un clásico de los crucigramas, «patria de Abraham, dos letras»: Ur. Pero Ur es, sobre todo, un yacimiento arqueológico extraordinario, en el que intervino uno de los arqueólogos más destacados que pasaron por el territorio de Mesopotamia: Leonard Woolley (1880-1960). Formado en el Museo Ashmolean de Oxford, como ayudante de Arthur Evans -el descubridor de la civilización minoica en Creta-, inició su trayectoria profesional excavando en la ciudad de Karkemish. Codirigió la intervención, que tuvo lugar entre 1912 y 1914, con un notable personaje, Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia. Eran tiempos convulsos, a las puertas del estallido de la Gran Guerra, y ambos arqueólogos ejercieron también labores como espías británicos. Woolley cayó prisionero de los turcos, pasando dos años en prisión.

Lawrence de Arabia y Leonard Woolley

Lawrence de Arabia y Leonard Woolley

Terminada la guerra, retomó su trabajo como arqueólogo. Pasó a trabajar en la ciudad egipcia de Tell el-Amarna, fundada por Akenatón, el faraón de hereje. Fue en 1922 cuando comenzó a trabajar en Ur, iniciando la excavación por la que obtendría la fama. La misión estaba comandada por el Museo Británico y la Universidad de Pennsylvania. Esta doble dirección fue la que condicionó el surrealista reparto de los objetos arqueológicos: algunos de los ajuares funerarios forman hoy en día parte de las colecciones del British, mientras que otras piezas viajaron a Estados Unidos. Pero me estoy adelantando…

Las tumbas reales de Ur

Woolley extrayendo una estatuilla

Woolley extrayendo una estatuilla

En 1928, tras varios años trabajando en el yacimiento, Woolley encontró una necrópolis, datada en el 2600 a. C. Poco a poco fueron saliendo a la luz las tumbas de los mandatarios de la ciudad y sus familias nobles, con unos extraordinarios ajuares que coparon los medios de comunicación de la época. Pocos años atrás, había salido a la luz el extraordinario hallazgo de la Tumba de Tutankamon: la arqueología estaba de moda y los periódicos se disputaban titulares como los que aportaban Howard Carter o Leonard Woolley.

La necrópolis incluía unos 1850 enterramientos, la mayoría inhumaciones simples. Pero también Woolley excavó 16 tumbas reales, bautizadas como “Las Tumbas Reales de Ur”, con ajuares inusitados, entre los que destacaban bellísimas joyas en oro y piedras semipreciosas, armas, arpas o carruajes. Una de las cuestiones que más conmovió del descubrimiento fue la presencia de personas sacrificadas, posiblemente envenenadas, para acompañar a los reyes en su último viaje.

Podría hablaros de la Tumba de la Reina Puabi o del Caso de Meskalamdug. Pero me guardo estos hallazgos para futuros post y me lanzo directa a presentaros una de mis piezas favoritas: el Estandarte de Ur.

El Estandarte de Ur

Lo llamaron estandarte como podrían haberlo llamado «objeto misterioso cuya función se nos escapa». Lo cierto es que no tiene mucho sentido pensar que esta pieza, que mide tan solo un palmo de altura y resulta ser mucho más pequeña de lo que imaginamos cuando la vemos en foto, era portado (¿cómo?) a modo de estandarte procesional. Después llegaron otras interpretaciones, como que podía tratarse de la caja de resonancia de un arpa, ya que estos instrumentos musicales aparecen en los enterramientos sumerios. Pero no hay consenso respecto a su uso original.

Cara de la paz del Estandarte de Ur

Cara de la paz del Estandarte de Ur (imagen: Wikimedia Commons)

Poco importa. El estandarte es tan bello y expresivo que no necesita tener función. Sobre una base de madera, representaron distintas escenas mediante incrustaciones de piezas recortadas en concha, cornalina y lapislázuli, unidas con betún. En uno de los lados largos, aparece una escena de celebración, denominada «cara de la paz«, mientras que el otro lado nos lleva al mundo bélico, a la «cara de la guerra«, con una representación del ejército sumerio. La escena de la paz nos muestra un banquete, que incluye un desfile de animales y provisiones, posiblemente tributos, que son aportados al festín. En el registro superior, el rey, representado a mayor tamaño que los demás, está sentado bebiendo, rodeado por los nobles, todo ello amenizado por un músico tocando un arpa de mano, similar a las liras del mundo antiguo.

Cara de la guerra del Estandarte de Ur

Cara de la guerra del Estandarte de Ur (imagen: Wikimedia Commons)

En la cara de la guerra vemos muestras de una victoria militar, con carros de guerra tirados por onagros, es decir, asnos salvajes, que aplastan entre sus patas a los enemigos, junto a soldados con casco y armas, y prisioneros desnudos que son conducidos ante el rey. Este, de nuevo de mayor tamaño, preside la escena en la fila superior de personajes.

Los sumerios no llevaron a cabo un arte realista. Las figuras adolecen de falta de proporción y el intento de representar el movimiento, tanto de las personas como de los animales, es algo torpe. Pero no importa: la representación es extraordinariamente expresiva, el uso cromático de los colores aporta gran vivacidad a la escena y, por encima de todo, es un magnífico testimonio de las costumbres, vestimentas y armas de la época. ¡Sobresaliente!

 

 

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