241. El grabado romántico en Hondarribia

El Romanticismo

Vista de Fuenterrabía. Edward Hawke Locker

Vista de Fuenterrabía. Edward Hawke Locker (foto: Museo Zumalakarregi)

El Romanticismo fue un movimiento cultural, desarrollado en el s. XIX, que se plasmó principalmente en la literatura pero que también tuvo cabida en el arte. En el caso de la pintura, se manifestó sobre todo en obras que situaban en el centro de la composición grandes enclaves naturales, siempre teñidos de efectos lumínicos dramáticos y de una poética carga literaria. Altos picos, montes y bosques umbrosos comenzaron a poblar los cuadros, a menudo engalanados con ruinas que, inmersas en el entorno, ponían en evidencia la pequeñez de los seres humanos frente a las fuerzas de la naturaleza. Tal vez el ejemplo más emblemático de este estilo sea el del pintor alemán Caspar David Friedrich (1774-1840) y sus espectaculares paisajes, llenos de misticismo y solemnidad.

Esta visión romántica acompañó frecuentemente a los viajeros del Grand Tour, una práctica ya iniciada en el s. XVIII que alcanzó gran éxito en la centuria que nos ocupa. Los jóvenes de las clases europeas más adineradas dedicaban uno o dos años a recorrer el mundo, antes de acometer sus responsabilidades como adultos. Desde los países del norte y del centro de Europa, mayoritariamente Inglaterra, llegaban al Mediterráneo, visitando Italia, Grecia y España.

Viajeros del siglo XIX por el Bidasoa

El Bidasoa era un punto de paso para estos ilustrados trotamundos. Y la majestuosidad del casco histórico de Hondarribia, con su característico perfil marcado por la colina sobre la que se alza la iglesia, atrajo a innumerables artistas que, desde la mirada exótica del viajero, plasmaron nuestra ciudad en apuntes que, en la mayoría de las ocasiones, se transformaban después en aguafuertes o litografías.

La percepción del Romanticismo, sin embargo, no era fidedigna. Estaba distorsionada y empañada por los valores sublimes que buscaban estos artistas. De ahí que a veces recrearan la comarca del Bidasoa incorporando elementos inexistentes para acercar el resultado a sus gustos personales, modificando el aspecto de los edificios y generando vistas muy alejadas de la realidad.

Nuestros ilustres grabadores

Vista de Fuenterrabía. Isidore Justin Séverin Taylor

Vista de Fuenterrabía. Isidore Justin Séverin Taylor (foto: Museo Zumalakarregi)

Estos grabados servían habitualmente como ilustraciones de los libros de viajes que fomentaban el Grand Tour y hablaban de los lugares de interés que merecía la pena visitar. Uno de los pioneros fue Edward Hawke Locker (1777-1849), cuya mirada es un primer buen ejemplo de la distorsión del prisma romántico y la búsqueda de paisajes extraordinarios. En Views in Spain, publicado en 1824 como fruto de su segundo recorrido por la península, insertó un total de 60 litografías entre las que se encontraba una vista de Fuenterrabía, en la que una bucólica escena pastoril se antepone a la silueta del casco histórico que incluye una peculiar representación de la torre de la iglesia. Locker hizo su carrera militar en la armada británica, aunque es más conocido por su faceta como artista y escritor.

Mi favorita, sin embargo, es la versión de Isidore Justin Séverin Taylor (1789-1879), de 1838, en la que vemos un perfil totalmente distorsionado con una torre que recuerda más bien a las cúpulas bulbosas de las catedrales centroeuropeas. Este grabado fue publicado en Voyage Pittoresque en Espagne. En el texto, tras describir la parroquia, Taylor nos cuenta una peculiar costumbre local: habla de las muchachas de los alrededores de Fuenterrabía que viven en comunidad, sin la presencia de hombres entre ellas. Según el británico, acudían a la iglesia a oír misa cuando querían conocer a los jóvenes de la ciudad para poder casarse. El Barón Taylor visitó la comarca cuando pasó acompañando a la invasión de los 100.000 Hijos de San Luis que atravesaron el Bidasoa en el año 1823 para apoyar la monarquía absolutista de Fernando VII frente al gobierno liberal que se había levantado contra el rey Borbón.

Fuenterrabía. David Roberts

Fuenterrabía. David Roberts (foto: Museo Zumalakarregi)

David Roberts (1796-1864), famoso internacionalmente por sus bellísimas litografías del Antiguo Egipto, también viajó por España. Entre 1835 y 1837 ilustró The tourist in Spain: Biscay and the Castiles, libro de viajes escrito por Thomas Roscoe. En la obra se incluían dos imágenes de la comarca. En Irun sobre el Bidasoa destaca en primer plano una desvencijada vivienda en la ribera del río, muy similar a la que Roberts retrató en un grabado de Granada, demostrando que estos artistas utilizaban lugares comunes y reaprovechaban su propio material visual. En Hondarribia cobran más importancia los pescadores y las pescateras faenando en la playa que la silueta del casco histórico que, en penumbra, se vislumbra fantasmagórica al fondo de la imagen. Es evidente la alteración de Roberts que ha exagerado los acantilados sobre los que se alza la Parte Vieja y ha dibujado un campanario de la iglesia que poco tiene que ver con la realidad, como ya habían hecho sus predecesores.

El gran romántico: Genaro Pérez de Villaamil

Interior de la Iglesia de Fuenterrabía. Genaro Pérez de Villaamil

Interior de la Iglesia de Fuenterrabía. Genaro Pérez de Villaamil (foto: Museo Zumalakarregi)

La mirada de Roberts influyó en Genaro Pérez de Villaamil (1807-1854), máximo exponente del Romanticismo español. Siguiendo la estela de este tipo de publicaciones, fue el responsable de la obra España artística y monumental, editada entre 1842 y 1850 por la casa Hauser de París. Entre las innumerables litografías, de gran calidad técnica y artística, dos se corresponden con el entorno del Bidasoa. En la primera, vemos la Iglesia del Juncal en una imagen muy conocida. Lo es menos la que muestra el interior de la Parroquia de Hondarribia, ofreciendo una imagen de su entrada y el coro, desde el interior, y evidenciando que en aquel momento el órgano se encontraba entrando a la izquierda en vez de en su posición actual.

Los textos que acompañan a las ilustraciones de Villaamil están dotados de gran erudición y recogen la historia de Hondarribia con detalle. Así describe el grabado de la iglesia: “La vista está tomada mirando a la entrada de la iglesia, abrazando por ángulo el coro, su bóveda adornada de crestería en las aristas, el arranque de la que cubre el órgano, y el conjunto de este, con el escape perspectivo que, por debajo del arco que sostiene, permite ver una parte de la elegante escalera que conduce al coro alto. Sobre la clave del arco y mirando hacia el altar mayor, está arrodillada una estatua como de Rey, y, a sus dos costados, representados de escultura el sol y la luna”.

E. Grandsire

Calle Tiendas, E. Grandsire (foto: Museo Zumalakarregi)

El Costumbrismo

También el grabado romántico se interesaba por los usos y costumbres de las distintas regiones. Junto a los emplazamientos, retrataban a las y los habitantes del lugar, mostrando sus ropas típicas y los quehaceres diarios. Así se ve en la estampa de la calle Pampinot con las mujeres portando las pedarras sobre sus cabezas, que llevó a cabo Eugène Grandsire (1825-1905). Los grabados de Grandsire, un total de ocho, ilustraban un artículo escrito en 1873 por M. E. Doussault en la revista Le Tour du Monde, en el que, bajo el título Fontarabie, realizaba una prolija descripción de la villa. En el texto, que rezuma pintoresquismo, define a Hondarribia como un lugar lleno de encanto.

Doussault recomienda entrar en la ciudad por la puerta principal -la de Santa María- y subir remontar lentamente la calle mayor. Según el autor, este paseo revela a los ojos, de forma viva y vibrante, todo un mundo que nuestra ensoñación solo podría haber llegado a entrever, sin imaginar los verdaderos colores de la realidad. ¡Llega a compararlo con la entrada en Florencia y la vista de sus señoriales palacios! Sigue Doussault comentando las admirables callejuelas de Hondarribia, sus balcones con miles de arabescos, sus casas esculpidas y ennegrecidas por el paso del tiempo, tras las ventanas enrejadas; en definitiva, una literatura de finales del XIX, alambicada y repleta de adjetivos, tan común de la época.

ESTE ARTÍCULO HA SIDO ESCRITO PARA LA REVISTA DE HONDARRIBIA, EN LA QUE SE PUBLICÓ, EN EUSKERA, EN EL Nº 406 (septiembre de 2025)

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