El cineclub Kresala me propuso presentar la película «Museo» (2018) y, aunque no soy una entendida en cine, me pareció que la película tenía suficientes conexiones con el mundo de los museos y de la Arqueología, como para poder aportar algo a su visionado. Llegó el coronavirus y la actividad se canceló. Espero que en el futuro podamos retomar la idea, pero, hasta que ese momento llegue, comparto con vosotros lo mucho que me gusta esta obra.
«Museo», de Alonso Ruizpalacios
Aunque la película no se hizo especialmente famosa, lo cierto es que recibió muy buenas críticas en el momento de su estreno y a su paso por distintos festivales. De hecho, ganó el premio al mejor guión en la Berlinale y el de mejor dirección en Venecia. No es para menos. El interés de la historia que se nos narra, desde el punto de vista histórico y antropológico, va de la mano de un lenguaje cinematográfico innovador en muchas escenas y un ritmo narrativo que funciona perfectamente. El trabajo del director, Alonso Ruizpalacios, va muy bien acompañado por el de los dos actores protagonistas, Gael García Bernal y Leonardo Ortizgris.
La película, como tantas otras, está basada en un hecho real: el robo de un valiosísimo conjunto de piezas arqueológicas en el Museo Nacional de Antropología de México. Los responsables, Carlos Perches y Ramón Sardina, eran dos estudiantes universitarios que decidieron embarcarse en esta esperpéntica aventura. Pero no se trata de una película de robos o de atracos al uso, ya que apela a otras cuestiones de gran interés, entre las que destacaría la auténtica conmoción que supuso en México la desaparición de las piezas, que se entendían como una muestra de su identidad histórica, arqueológica y antropológica. Entre las joyas sustraidas aquel 24 de diciembre de 1985, se encontraba el ajuar funerario de Pakal, gobernante maya de la ciudad de Palenque, que incluía una espectacular máscara de jade y un conjunto impresionante de joyas en el mismo material. Junto al tesoro maya, otras piezas de procedencia azteca, mixteca o zapoteca, hasta alcanzar más de 150 artefactos. La mayoría de ellas constituyen hoy en día los grandes tesoros del museo. Parece que ya os estoy desvelando el final de la historia -y de la película-: sí, las piezas robadas se recuperaron.
Y es que en este caso podríamos aplicar a la perfección el dicho «ladrones de poca monta». No habían contado con el hecho de que las piezas eran tan conocidas que su venta en el mercado ilegal de antigüedades era inviable. En la versión de la película, la imposibilidad de vender las piezas, junto con la presión social que había provocado la repercusión del robo, hace que los ladrones finalmente opten por devolver las piezas, que depositan de vuelta en el Museo. Este romántico final, que permite un maravilloso plano que confronta el perfil de Gael con el de Pakal, está muy alejado de la realidad, ya que las piezas robadas fueron encontradas por la policía en la casa de Carlos Perches, después de un complejo y largo proceso, cuatro años después.
Las escenas rodadas en el interior del museo son una maravilla y una excusa perfecta para conocer este espacio. El robo, tras una escena en la que nos explican la técnica utilizada, está narrado en fotogramas estáticos o que, más bien, imitan fotogramas estáticos, como si fueran fotos fijas sacadas con una cámara de fotos, congelando instantes concretos. Parecido efecto es el que se aplica a la espectacular pelea de Acapulco. No son los únicos planos especiales. De gran belleza son los planos cenitales o aquel en el que vemos un primer plano de un cuadro en la casa del coleccionista de arte que nos lleva directamente a los monolitos de colores de las Torres de Satélite, monumento emblema del barrio Ciudad Satélite, donde viven los protagonistas de la historia. Los cinco poderosos prismas triangulares, que están rodeados por el tráfico de la autopista del anillo periférico, son obra del arquitecto mexicano Luis Barragán, que aplicó brillante colores directamente sobre el hormigón.
La película «Museo» y el patrimonio arqueológico
De igual manera, cuando se reúnen con el coleccionsita para intentar vender las joyas arqueológicas, este les habla de Belzoni, uno de los pioneros de la Egiptología, que más que un investigador respaldado por el método científico fue un expoliador que, como tantos otros, participó del saqueo de piezas que conformaron los grandes museos del mundo. Dice el ilegal coleccionista: «no hay preservación sin saqueo«. Más de treinta años después, la polémica sigue en plena vigencia. El tráfico de antigüedades ocupa el cuarto lugar entre los comercios delictivos que más dinero mueven en el planeta, tras el tráfico de drogas, de armas y de personas. Lamentablemente, todavía hay museos en el mundo que adquiren piezas a través de la compra ilegal de antigüedades, proveniente en su mayoría del expolio arqueológico. Y existen aficionados y, lo que es peor, especialistas que todavía siguen argumentando que es gracias al coleccionismo que las obras de arte y arqueología han sobrevivido a su destrucción, como si por ello debiéramos estar agradecidos a semejante práctica delictiva.
Cuando las piezas fueron reintegradas al Museo, las visitas al mismo aumentaron. Lo dicen en la película: «Ese fue el regalo de los ladrones al pueblo de México. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde«. Tampoco es fácil saber qué movió a los jóvenes estudiantes a perpetrar semejante delito, ya que nunca llegaron a confesar sus auténticos motivos. Lo dice Leonardo Ortizgris al final de la cinta: «¿Por qué hicimos todo lo que hicimos? […]. Nadie puede saber por qué alguien hizo algo más que la persona que lo hizo. Y la mayoría de las veces ni ellos mismos lo saben. O si lo saben, no te lo van a decir«.
Además, la película nos permite reflexionar largo y tendido sobre el valor y uso del patrimonio. Arranca mostrando unas imágenes en las que una gigantesca escultura del dios Tláloc -la diosa Chalchiutlicue, en realidad- es arrastrada desde su lugar de origen hasta las cercanías del museo. ¿Es lícito arrancar una pieza de su contexto original, separarla de los descendientes de aquellos que la tallaron, con funciones cultuales, además? ¿Son los museos «ladrones»? ¿Podríamos llegar a entender que los dos protagonistas son una especie de Robin Hoods contemporáneos dado que, al fin y al cabo, están robando a un ladrón? Cuando Leonardo y Gael, en plena selección de piezas que van a sustraer, se detienen ante la vitrina donde se encuentra el tocado de Moctezuma, el primero le pregunta al segundo por qué no se llevan también esa pieza. Gael le contesta: «ya se nos han adelantado, el original está en Austria». Y es cierto, la pieza del museo es una réplica, ya que la original está en el Museo de Etnología de Viena. Hay otro guiño a la Arqueología y al Patrimonio que me gusta especialmente, ya que tiene que ver con la forma de interpretar y divulgar el mismo. Cuando los dos compinches visitan las ruinas mayas de Palenque se unen a una visita a la tumba de Pakal -a la que, por cierto, ya no se puede entrar hoy en día- y oyen como el guía da a los turistas una burda explicación sobre cómo en la lápida de la tumba del gobernante maya aparece representado un astronauta pilotando una nave especial, una de esas muchas supercherías que se cuentan en Arqueología para captar la atención de los turistas. Gael no se corta un pelo y desmonta de raíz la absurda explicación.
Os dejo el trailer de la película. Puede verse completa en YouTube Originals. Es una suscripción de pago, pero permite una prueba gratuita:
A modo de conclusión
La película comienza con la siguiente frase: «esta historia es una réplica de la original«. Como arqueóloga, se me encendieron las alarmas, ya que el concepto de «réplica» es muy habitual en la arqueología y, además, suele generar polémica a la hora de valorar hasta qué punto es conveniente mostrar copias en los museos. Al final de la película comprobé que la frase no se había elegido al azar. Cuando Gael devuelve los objetos decide -por lo menos en la versión ficcionada- depositar la máscara original de Pakal sobre su vitrina, en la que en esos momentos se exhibe una réplica. El letrero contiguo dice así: «esta pieza es una réplica del original«. Guiño perfecto a la frase del comienzo para cerrar la cinta. Y misma polémica: igual que podemos disfrutar de una copia exacta de una joya arqueológica, cuando por el motivo que sea no podemos contemplar el original, disfrutamos de la versión cinematográfica ficcionada de los hechos históricos. No importa que no sean 100% fidedignos. No importa que el director, el guionista, los actores, haya añadido su pincelada creativa. Al fin y al cabo, la historia es una réplica de la original.
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