Los viajes como periplo cultural

El binomio viajes-patrimonio siempre ha sido indisoluble, incluso desde la Antigüedad, momento en el que autores como Heródoto, Estrabón o Pausanias describían los monumentos que visitaban en sus relatos de viajes.

Interior del Panteón, Giovanni Paolo Panini

Interior del Panteón, Giovanni Paolo Panini (imagen: National Geographic)

España y el Grand Tour

Tras la Edad Media, en la que los viajes tenían un carácter prioritariamente religioso, la época moderna vivió una eclosión de los viajes exploratorios y culturales, dentro de los que el Grand Tour se convirtió en una iniciación imprescindible entre los nobles e intelectuales europeos.

Curiosamente, el Grand Tour, que tuvo especial predicamento en la Inglaterra del siglo XVIII, se centraba en Francia e Italia, y dejaba a España fuera del circuito. Se veía entonces como un país atrasado, inseguro, insalubre incluso, carente de alojamientos dignos de ese nombre, con malas comunicaciones que no hacían deseable el destino. Y, lo que es peor, sin atractivos patrimoniales como los que ofrecían Francia o Italia.

El siglo XIX y el Romanticismo

Tuvo que llegar el siglo XIX y el movimiento romántico para que cambiaran las tornas y España comenzar a ser, paulatinamente, un destino para los viajeros europeos. Esto tuvo mucho que ver con los valores que comenzó a ensalzar el Romanticismo: la naturaleza, lo agreste, lo exótico, lo sublime y, por encima de todo, lo pintoresco.

Galanteo en un puesto de rosquillas de la Feria de Sevilla, Rafael Benjumea

Galanteo en un puesto de rosquillas de la Feria de Sevilla, Rafael Benjumea (imagen: Museo Carmen Thyssen, Málaga)

El pintoresquismo, ensalzado por John Ruskin, uno de los grandes teóricos de la historia del arte y acérrimo defensor del conservacionismo, se convirtió en un aspecto especialmente atractivo para los viajeros románticos y de ahí que España se convirtiera en uno de sus destinos favoritos.

Las condiciones del viaje seguían sin ser especialmente favorables (la mejora de las infraestructuras no se daría hasta la creación de la Comisaría Regia de Turismo en 1911 y la labor del Marqués de Vega-Inclán) pero el gusto por lo exótico compensó estas carencias.

Hay que pensar también que en este siglo XIX se desarrolló el Orientalismo -con las odaliscas de Ingres o los harenes de Leon Gerôme- y España, aún lejos de ser Marruecos o Turquía, no salía mal parada en este sentido: el legado patrimonial del mundo árabe en nuestro país pasó a ser el mayor incentivo.

El exotismo español

La Puerta de la Justicia, Entrada a la Alhambra, 1833. David Roberts

La Puerta de la Justicia, Entrada a la Alhambra, 1833. David Roberts (imagen: Meister Drucke)

Esto explica que la región que más interés suscitó fuera Andalucía: los grandes monumentos histórico-artísticos (tal y como se los conocía entonces), las ciudades de trazado medieval, la gastronomía… todo contribuía a generar ese tópico de la España exótica y pintoresca.

No es de extrañar que dos de los monumentos que más interés suscitaron fueran precisamente la Mezquita de Córdoba -restaurada por Velázquez Bosco bajo las premisas de Viollet-le-Duc) y la Alhambra de Granada, sobre la que Washington Irving escribió sus famosos cuentos. Y es que la literatura contribuyó en gran manera al descubrimiento de España por parte de los viajeros románticos. Irving, pero también Chateaubriand o Merimée, cuya popular Carmen (más conocida por la ópera de Bizet) recogió los tópicos más tópicos: el torero y la seductora mujer andaluza.

A finales de siglo, aunque desvinculado ya del movimiento romántico, el pintor preimpresionista Édouard Manet visitó España lanzando a la fama a artistas como Goya o Velázquez a quien homenajeó en su famoso El Pífano.

Los pintores románticos españoles no eran inmunes a este interés por lo pintoresco y el patrimonio. En sintonía con el estilo de David Roberts, Jenaro Pérez Villaamil se dedicó a plasmar en óleos y litografías las riquezas patrimoniales españolas (en 2021, ambos protagonizaron una exposición en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que, desde su fundación en 1752 tanto ha tenido que ver con la cuestión patrimonial).

Una procesión en la catedral de Oviedo, 1837. Jenaro Pérez Villaamil

Una procesión en la catedral de Oviedo, 1837. Jenaro Pérez Villaamil (imagen: Museo de Bellas Artes de Asturias)

Pérez Villaamil plasmó paisajes, escenas cotidianas, pero, sobre todo, edificios -a veces en ruinas, de nuevo en sintonía con Rushkin-, en muchas ocasiones iglesias góticas. Villaamil publicó una guía de monumentos histórico-artísticos. En otra publicación, en colaboración con Mesonero Romanos, sus dibujos fueron litografiados por Hélène Feillet.

Las hermanas Feillet, Blanche y Hélène, asentadas en la localidad francesa de Bayona, viajaron por el norte del país, dibujando paisajes y localidades pintorescas, que luego litografiaron y publicaron en una guía de viajes por el País Vasco, editada por Charles Hennebute, marido de Blanche. Este tipo de publicaciones, estas guías de viajeros, también fueron fundamentales para propiciar la visita a España.

Los viajes y el patrimonio español

¿Cómo afectó todo esto a la protección del patrimonio español? Coincidiendo con el movimiento romántico, se producían en España las desamortizaciones, entre 1836 y 1854 (primero con Mendizábal, después con Madoz). Muy relacionado con estas, el Real Decreto de 1844, creaba la Comisión Central y las Comisiones Provinciales de Monumentos Históricos. Ese mismo año, la Catedral de León era declarada primer Monumento Nacional. Todavía lejos de una regularización firme y efectiva, España, bajo la mirada romántica, daba sus primeros pasos para valorar y proteger su patrimonio.

(Este texto fue respuesta de María José Noain Maura al examen de la UNED de la asignatura “Patrimonio histórico-artístico y gestión de bienes culturales”).