La femme fatale: hechiceras y seductoras
(foto: Wikimedia Commons)
La imagen de la mujer como representante de todos los males o como femme fatale, que devora con su sexualidad a los hombres, es un estereotipo que existe desde tiempos inmemoriales. En el mundo antiguo, las mujeres poderosas normalmente trascendían la norma: las amazonas, mujeres guerreras, simbolizaban en el imaginario griego la alteridad, la vida salvaje que se opone a la polis clásica; las harpías, sirenas o gorgonas, todas ellas personajes femeninos, representaban los peligros; las hechiceras, como Circe o su sobrina Medea, suponían una amenaza para el varón. Helena de Troya fue la responsable del mayor conflicto de la Antigüedad, la Guerra de Troya, y a Pandora debemos la existencia de los males sobre la faz de la tierra.
El arte del s. XIX quedó fascinado por esta imagen arquetípica de la femme fatale, que se multiplicó en lienzos, esculturas y obra gráfica. Hasta Goya, artista al que podríamos considerar primera gran figura del s. XIX, redujo a las mujeres, en palabras de Castillo-Olivares a “los papeles de prostitutas, coquetas o brujas que también escenifican vicios o fantasías.”
La femme fatale, retratada especialmente en el simbolismo y en el Art Nouveau, pero habitual durante toda la centuria, es al mismo tiempo objeto de deseo y de temor para el hombre: su inteligencia se confunde con su poder de manipulación.
La femme fatale en la mitología e historia clásica
Medea
Eugène Delacroix (Saint-Maurice, Francia, 1798-París, 1863)
Óleo sobre lienzo, 165 x 260 cm
Palais de Beaux-Arts de Lille (Francia)
Delacroix fue, junto con Géricault, el máximo exponente del Romanticismo francés y uno de los pintores europeos más destacados de su época. Este movimiento, que se desarrolló fundamentalmente durante la primera mitad del s. XIX, abandonó los valores del Neoclasicismo para buscar temas y efectos dramáticos en los que, en la mayoría de las ocasiones, la naturaleza era protagonista.
Uno de los personajes literarios más denostados de la Antigüedad es el de Medea, protagonista de una tragedia de Eurípides que tuvo versión latina de la mano de Séneca. Medea forma parte del ciclo de las Aeronáuticas, protagonizado por Jasón, héroe del que se enamoró cuando este llegó a la Cólquide. En aquella región reinaba Eetes, padre de Medea. La joven traicionó a su familia para ayudar a Jasón, a cambio de que este prometiera llevársela consigo y casarse. Jasón y Medea tuvieron dos hijos, pero cuándo él la traicionó y la abandonó, Medea le castigó matando a sus propios vástagos. En el mundo antiguo no había afrenta mayor que privar a un hombre de su descendencia.
La versión de Medea que realizó Delacroix es una obra muy representativa de su estilo, en la que expresó el dramatismo y la teatralidad del momento, tan del gusto de las obras románticas. Como ocurre en “La muerte de Sardanápalo”, el horror y la fatalidad son protagonistas. Los hijos de la hechicera intentan escapar del fatal abrazo de su madre, mientras que el rojo de la túnica preavisa de la tragedia a punto de ocurrir. El pintor coloca a la figura de la hechicera en el interior de una gruta, generando el efecto de claroscuro que se percibe, principalmente, en el rostro de la protagonista, y dejando que la naturaleza cobre importancia en la escena.
Anselm Feuerbach (Espira, Alemania, 1829-Venecia, 1880)
Óleo sobre lienzo, 395,5 x 198 cm
Pinakothek der Modernes. Kunst (Munich)
Frente la Medea contorsionada y dramática de Delacroix, la de Feuerbach responde, a pesar de ser posterior, a un modelo más cercano al Neoclasicismo. Escoge el momento anterior al asesinato, de tal forma que, de no ser por el título del cuadro, sería difícil reconocer a la protagonista. Medea aparece como una matrona clásica, contemplando a sus hijos antes de acometer el fatal asesinato, con formas rotundas y escultóricas. Toda la gama de colores es apagada, oscilando entre los marrones y grises, salvo el tono verde del pantalón de unos de los marineros que portan el gorro frigio como elemento oriental. Contrasta la calma de Medea frente a la desolación del personaje femenino que la acompaña y el oleaje golpeando contra el acantilado, que podría entenderse como un símbolo de la tragedia que está a punto de suceder. Este aviso está enfatizado por el cráneo de caballo que aparece sobre la arena.
Anselm Feuerbach es un artista difícilmente clasificable. Normalmente se le considera un pintor neoclásico, teniendo en cuenta su devoción por el arte griego y sus composiciones armoniosas, aunque a veces se le relaciona con la corriente realista o incluso se le considera un miembro de los nazarenos, de los que hablaremos en el segundo apartado.
Alphonse Mucha (Ivančice, Chequia, 1860-Praga, 1939)
Litografía, 76,2 x 206,4 cm
Varias colecciones
La técnica litográfica, puesta al servicio de carteles publicitarios, fue ampliamente utilizada en el s. XIX, como podemos ver en los carteles anunciadores de cabarets de Toulouse-Lautrec o en las distintas propuestas publicitarias que llevó a cabo el autor checo Alphonse Mucha. Una de sus colaboraciones más fructíferas fue la que llevo a cabo con la reputada actriz Sarah Bernhardt, en este caso para la representación de la tragedia antigua “Medea” en el parisino Théâtre de la Renaissance. Mucha utiliza las formas orgánicas características del Art Nouveau aplicadas al tema dramático, incluyendo motivos iconográficos como las palmetas a ambos lados del título o el fondo de mosaico, propios de la Antigüedad Clásica. La actriz mira al espectador, extática, perdida en el crimen que acaba de cometer. Es esta mirada desorbitada, junto con los elementos dramáticos (la daga ensangrentada, uno de los hijos de Medea fallecido a sus pies) son los que nos recuerdan el dramatismo del tema, que podía pasar desaparecido en la composición equilibrada y en el soleado paisaje que aparece en el fondo de la composición, donde se percibe la influencia del Japonismo. Nada tiene que ver su figura erguida y expectante con la calma que transmite la Medea de Feuerbach ni con el momento de angustia que reflejaba el cuadro de Delacroix, sirviendo como buen ejemplo para ver tres tratamientos distintos de un mismo tema.
Mucha, un auténtico virtuoso del arabesco, jugó un papel central en la formación y difusión del Art Nouveu a nivel internacional.
Cleopatra
Jean-Léon Gérôme (Vesoul, Francia, 1824-París, 1904)
Óleo sobre lienzo, 183 x 130 cm
Colección privada
Cleopatra VII, última reina de Egipto, es uno de los personajes más singulares de la Antigüedad. A pesar de su importancia histórica y de sus dotes intelectuales, Cleopatra ha pasado a la historia más por sus relaciones amorosas con los generales romanos Julio César y Marco Antonio que por sus logros políticos o militares. Fruto de esa imagen de mujer seductora, aparece representada en numerosas obras del s. XIX, siempre asociada al lujo y los excesos orientales. Era común representar a la reina egipcia en el momento de su trágico suicido, aunque Alma-Tadema prefirió recrear su encuentro con Marco Antonio o Waterhouse decidió mostrarla en su trono, recortada sobre un exquisito fondo dorado.
Enfrentada a su hermano Ptolomeo XIII, Cleopatra se presentó ante el general romano Julio César para solicitarle su ayuda y generar alianzas con Roma. El momento en el que la joven aparecía ante César, escondida en una alfombra, fue el escogido por el pintor francés Gérôme. Conocido como pintor orientalista, Gérôme tuvo también en la Antigüedad clásica uno de sus temas favoritos, recreando con exquisitez las vestimentas y los marcos arquitectónicos de los episodios escogidos. En esta ocasión, Cleopatra aparece sensualmente ante un sorprendido César, con una vestimenta con el pecho descubierto, más propia del mundo minoico que del Egipto antiguo. César aparece en una estancia cubierta de pinturas que desvelan la iconografía de los jeroglíficos y los dioses del Egipto faraónico, muy en la línea del gusto por el exotismo de este autor de gran virtuosismo técnico.
La obra fue encargada por la cortesana francesa La Païva, pero no quedó contenta con el resultado y la devolvió al autor. A pesar de este comienzo poco afortunado, la obra se popularizó y fue reproducida en aguafuerte por iniciativa del marchante y editor Adolphe Goupil (1806-1893).
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